Arde Francia: la Galia está dividida en tres partes

El presidente de Francia, Emmanuel Macron.

         Cómo no recordar estos días el arranque del libro de Julio César que traducíamos en la Academia Audiencia con relativa facilidad en las clases de lengua latina: nada que ver, por cierto, con el Virgilio de Hernández Vista en el preu del Instituto Cervantes de Madrid.

         La historia no se repite, pero asombra cómo la centralizada y casi napoleónica Francia está a punto de dividirse en tres grandes grupos irreconciliables. El estupor de los ciudadanos ante el incontestable triunfo del partido de Marine Le Pen (RN) en la consulta europea, no ha sido menor que el del presidente Emmanuel Macron, quien respondió con una inesperada disolución de la Asamblea Nacional. Quizá pretende superar la adversidad electoral con el recurso a las correcciones del sistema de balotaje, que suele frenar las arrancadas de la extrema derecha en primera vuelta.

         De momento, la izquierda ha salido en masa a las calles de las grandes ciudades: le azuza el miedo a un retroceso democrático, unido a cierta vergüenza ante la imagen de Francia en el mundo. Pero este movimiento puede no ser suficiente para encontrar remedio, porque no ha sido positiva la experiencia de la Nupes, la unión política liderada por el hoy más que discutido Jean-Luc Melenchon, que no consiguió vencer al partido del gobierno en 2022, pero formó el principal grupo de la oposición en la asamblea ahora disuelta.

         A partir de ahí, ha tomado forma un nuevo frente popular, que necesita un líder claro capaz de superar las divisiones internas dentro de los diversos grupos que se coaligarían electoralmente. La falta de unidad se agudiza siempre que se pierde, y el conjunto de los resultados del 9 de junio no ha sido favorable para los componentes de la coalición.

         Esto explicaría, por ejemplo, la desaparición de la referencia ecológica en las siglas, ante la debacle de los Verdes. Pero los ecologistas estarán en el nuevo frente, junto con socialistas, comunistas e insumisos; sólo queda superar las tensiones para elegir al número uno –se habla mucho del socialista Raphaël Glucksmann-, tras la no fácil determinación de los nombres de los candidatos de cada distrito electoral, que acaba de publicarse.

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         Más grave es la situación para el partido heredero del gaullismo, que vive  una progresiva decadencia, reflejada también en los cambios de nombre de esa formación política, actualmente LR (Los Republicanos). La próxima consulta puede ser letal para esta formación política, a pesar de contar con nombres ilustres en sus filas: ocupan puestos relevantes en varias regiones y, sobre todo, la presidencia del Senado con Gérard Larcher.

         Su líder, Eric Ciotti, sorprendió a propios y extraños al pactar con Le Pen la designación de un número amplio de diputados de LR salientes que se presentarían con las siglas de RN. Los barones del partido no le han seguido, y en la mayor parte de las circunscripciones habrá candidatos republicanos. La división se repetirá en la segunda vuelta, como partido bisagra entre Macron y Le Pen.

         Por su parte, el presidente de la república apela al voto de la moderación: con sus propias fuerzas y las que proceden de disidentes socialdemócratas y de diversos grupos de la derecha, quiere fortalecer un bloque de centro, progresista, para llevar adelante una federación de proyectos de gobierno, frente a los extremismos.

         Sería el tercer grupo en discordia. Pero es poco probable que esa llamada tenga una respuesta favorable, a pesar de la brillantez del actual y joven primer ministro Gabriel Attal. El clima general es demasiado tenso, como corresponde también a la época del año. No hay humus adecuado para que florezcan posiciones de centro, aun con el apoyo de antiguos socialistas. La evolución de la derecha –con excepción de los leales a Sarkozy- ha ido más hacia Le Pen que hacia Macron. El caladero socialdemócrata está en baja, más aún que en la Alemania del canciller Olaf Scholz. Sólo quedarían otros grupos pequeños unidos en Ensemble, como el MoDem, de origen socialcristiano, de François Bayrou.

         En el campo de la extrema derecha, parecía llegado el momento de recuperar la unidad con la fracción -¡Reconquista!-, capitaneada por Eric Zemmour. Pero han fracasado las negociaciones, protagonizadas por Marion Maréchal Le Pen. Muy probablemente la ruptura pasará una seria factura electoral a los disidentes. Y apenas afectará a un RN fortalecido, en principio, por diputados de la derecha.

         Los grandes problemas de Francia son comunes a los de buena parte de Estados democráticos modernos un tanto envejecidos: se estanca el crecimiento económico, entran en crisis pilares del Estado del bienestar, se agudizan las tensiones sociales, faltan respuestas popularmente convincentes en materia de cambio climático, el malestar de la cultura se manifiesta en un incremento alarmante de las drogodependencias, cuesta cada vez más mantener el orden público, el fracaso escolar y los desiertos médicos parecen endémicos, se amplían las diferencias generacionales.

         El partido de Le Pen suscita en estos momentos más esperanzas ciudadanas, como se ha comprobado en las elecciones europeas, también por la evolución de su discurso. Pero, como en consultas precedentes, podría jugarle una mala pasada el balotaje, salvo que el 7 de julio lleguen a la final tres candidatos en muchos distritos.