Cambio de sentido en las previsiones sobre población mundial

Desde que la población humana del planeta llegó a los 8.000 millones hace un par de años, se han ido concatenando proyecciones de futuro que pronostican un descenso del número de habitantes y de la fertilidad, y una seria alza del envejecimiento. Sin duda están mucho mejor fundadas que el Informe Meadows, publicado en 1972 por el Club de Roma, que se convirtió en la punta de lanza de las grandes políticas de control de los nacimientos para salvar a la humanidad. Y no se presentan de modo apodíctico como entonces, sino con la prudencia derivada de la experiencia y de la dificultad de encuadrar tantos fenómenos regidos por la libertad del ser humano: desde la concepción de la familia a los movimientos migratorios (con las transformaciones culturales que comporta, como se ha comprobado ya en Dinamarca).

Los demógrafos del departamento de asuntos económicos y sociales de la ONU estimaban en 2022 que la población se estabilizaría entre los años 2050 y 2100 en unos 10.500 millones. En el informe publicado el 11 de julio revisan sus predicciones a la baja: la humanidad continuará creciendo hasta llegar al techo de 10.300 millones en los años ochenta y comenzará a descender hasta los 10.200 a fin de siglo.

De hecho, además del caso notorio de China, 62 países más han alcanzado el techo en 2024. En no pocos países desarrollados, como España, la inmigración compensa el saldo negativo de nacimientos y muertes de los nacionales. Otros 48 llegarán a su tope de aquí a 2054: por ejemplo, Brasil, Irán o Vietnam. Irá alcanzándolo después un último grupo, de 126, entre los que están países muy poblados, como India, Indonesia, Nigeria, Pakistán y Estados Unidos. Ahí figuran también países africanos que doblarán o triplicarán el número de habitantes a lo largo de este siglo.

Todo puede cambiar, pero de momento se observa que las tasas de natalidad han caído más de lo previsto; incluso, hay descensos rápidos en regiones que tenían índices altos de fertilidad (relación de nacimientos y mujeres en edad de procrear). Y aumentan los países con una tasa de fertilidad inferior al 2,1 (mínimo indispensable para el relevo de las generaciones). A finales de marzo, la revista The Lancet publicó estudios elaborados dentro del proyecto internacional Global Burden of Disease (sobre el peso de la morbilidad): situaban el índice de fecundidad medio para 2050 en 1,8; y podría caer hasta el 1,6 a fin del siglo; es decir, expectativas más pesimistas que las de la ONU.

Estos procesos determinan también cambios de mucha entidad en el dibujo de la pirámide poblacional. Los expertos de la ONU prevén que, al final de los años setenta, 2.200 millones de personas tendrán más de 65 años y superarán a las de menos 18. La tendencia se incrementará, si se mantienen las cifras de esperanza de vida, recuperadas ya de los efectos de la pandemia del covid.

La cuestión radical planteada a raíz de este tipo de informes es la tensión entre las políticas demográficas coactivas y la libertad de los ciudadanos, especialmente de las mujeres, respecto de la transmisión de la vida. Suele aducirse el fracaso de la imposición histórica del hijo único en China. Pero también es real que, sin las prestaciones en favor de la familia, no se explicaría del todo la diferencia de Francia o Suecia respecto de los países del sur de Europa. Además, esa tensión no es sólo estatal: incluye también a fundaciones y organizaciones internacionales que condicionan la cooperación al desarrollo al establecimiento de medidas contraceptivas.

En la información sobre demografía, no suele faltar una referencia a la influencia del número de habitantes en la crisis ecológica. Ciertamente, los jóvenes de países desarrollados son más sensibles que sus mayores a los cambios climáticos, pero no parece que disminuir la natalidad vaya a resolver las grandes cuestiones medioambientales. Más influyen en las decisiones de parejas de países desarrollados otros condicionamientos, como la actitud de fondo ante la vida, las incertidumbres geopolíticas y laborales, o el problema de la vivienda.

 
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