La crisis del socialismo en Europa

Me recordó una vez más la perspicacia de Giulio Andreotti: vio claro que la caída del Muro traería problemas a la entonces sólida democracia cristiana italiana. La DC se había fortalecido en las elecciones del 18 de abril de 1948, al imponerse al frente popular. Y siguió avanzando a lo largo de los años en confrontación con el PC. Ninguno de los dos grandes partidos existe ya, quizá porque la batalla no afecta tanto a clases y estratos sociales, como a ideas y comportamientos éticos. La actual mayoría en torno a Renzi más bien parece fruto del clásico posibilismo italiano.

            El eurocomunismo fue el canto del cisne de los postulados marxistas. Pronto surgieron las terceras vías, de la mano de Tony Blair, y luego la fórmula del llamado con aparente contradicción socialismo liberal. Pero se manifestó enseguida la decepción, ante una casi imposibilidad del funcionamiento de sistemas políticos reales, apenas consistentes en una pugna por conseguir los puestos decisorios, siempre en dirección semejante, aunque las tomaran líderes de partidos diversos (adversos).

            Distinto es el capitalismo chino, con sus peculiares procesos de fabricación industrial y cierto desprecio hacia las exigencias de un urbanismo moderno. Pero coincide con los demás sistemas en continuar creando desigualdades e injusticias sociales, con unas dosis de individualismo impensables para una sociedad aherrojada políticamente.

            Como ha escrito Antonio Argandoña, “muchos años después del liberalismo tradicional, encabezado por Adam Smith, el capitalismo ha ido derivando hacia un sistema que fomenta la desigualdad, es demasiado individualista, da preeminencia a las finanzas sobre la economía real, genera crisis recurrentes, se preocupa demasiado de la maximización no ya del beneficio, sino de las rentas, que el propio sistema crea y explota; prima el rendimiento, precariza el trabajo… Y me pregunto: ¿es del capitalismo mismo la culpa o es de la modernidad y la postmodernidad en la que nos vemos envueltos?” Porque estos días, en Europa, se acusa al individualismo rampante de haber destrozado la izquierda.

            Se trata de preguntas esenciales, que no tienen respuesta por ahora, tampoco por parte de los movimientos emergentes en Europa, como los grillini, los Indignados o la más reciente Nuit debout: grupos interclasistas, con relativa formación intelectual, brillantes en la denuncia de las injusticias, pero sin planes, o con respuestas de ineficacia comprobada en la historia reciente de tantos países.

            Como muestra la encuesta anual, realizada desde 2013, sobre las “fracturas francesas” –Le Monde, 28-4-2016-, los simpatizantes del partido socialista juzgan severamente la vida política y a sus protagonistas: para el 65%, el sistema democrático funciona más bien mal en Francia, y tienen la impresión de que sus ideas no están bien representadas. El porcentaje es mayor entre los Republicanos, el nuevo partido de Sarkozy (79%), y muy radical en el Frente Nacional (97%). Ese sentimiento ha aumentado en 26 puntos desde enero de 2013.

            El descrédito afecta particularmente a los parlamentarios: sólo el 37% de simpatizantes socialistas tiene confianza en los senadores (7 menos que en 2014), y el 33% en los diputados (menos 14): “cruel balance para la mayoría en la Asamblea nacional”, concluye el diario parisino.

            Se comprende que sea más profunda la decepción -dentro de la tendencia global del descrédito de la clase política- en la izquierda socialista, que hacía gala siempre de la defensa de los grandes principios de justicia y lucha contra las desigualdades. Con los años, se ha confirmado el diagnóstico de Enrique Tierno sobre la retórica de promesas e ilusiones genéricas. Y la ineficacia resulta especialmente odiosa para la mentalidad individualista dominante en Europa: ese individualismo desagregador que, a juicio de muchos intelectuales de occidente, desdibuja por completo la solidaridad, también la esperada de planteamientos socialdemócratas.

            Se intuye la necesidad de propuestas más de fondo para superar el pragmatismo dominante en los últimos comicios de tantos países de Europa: prevalece la praxis sobre las ideas, dentro de una inquietante abstención. Mi gran duda es si los líderes políticos serán capaces de interpretar este tipo de evidentes señales de los tiempos que corren.

 
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