Se dispara el precio de los alimentos en el mundo

En medio de la crisis económica global ‑con especial incidencia en la eurozona‑, y con tantas guerras y conflictos regionales, están pasando inadvertidas las señales de alerta de organismos internacionales sobre el problema de la alimentación, sobre todo, en el Tercer Mundo.

En fechas relativamente recientes han abordado el problema dos informes de entidad. El último proviene de la ONG Oxfam: alerta de que los precios podrían doblarse en los próximos veinte años (a partir de 2010), como consecuencia del cambio climático.

Poco antes, el Banco Mundial mostraba su alarma ante la subida actual de los precios, consecuencia de la sequía, las malas cosechas y los movimientos especulativos en los mercados. No dejaba de mencionar, como otro factor importante, el desarrollo de los agrocombustibles: por ejemplo, absorben el 40% del maíz producido en los Estados Unidos (en Europa se consigue gasóleo de la colza o, en otros países, del aceite de palma).

La situación amenaza la salud y el bienestar de millones de personas. “No podemos tolerar que esta elevación histórica de los precios determine un riesgo permanente para las poblaciones pobres”, afirma el presidente del BM, el estadounidense Jim Yong Kim. No se puede olvidar que en los países menos desarrollados la gente destina a comprar alimentos entre el 70 y 80% de sus recursos. El número de personas desnutridas podría volver a alcanzar los mil millones.

La dura realidad es que entre junio y julio pasados, los precios del maíz y de los granos de soja –básicos para la alimentación en numerosos países en vías de desarrollo‑ habían subido un 25% y un 17%. Los de los alimentos aumentaron en conjunto un 10%. La tendencia continuó a finales de agosto: en la Bolsa de Chicago, el precio del bushel de trigo (medida equivalente a 35,24 litros) cerró a 9,03 dólares, frente a 6,5 a finales de 2011. Durante el mismo período, la soja casi se duplicó, hasta llegar a 17,6 dólares.

Según el Banco Mundial, el incremento fue particularmente elevado en algunos países africanos. Así, en Mozambique, los precios del maíz se han disparado un 113% entre junio y julio, mientras que el grano de sorgo –usado a veces como alternativa al maíz‑ ha visto su costo crecer en un 220% en Sudán del Sur, y un 180% en el antiguo Sudán.

La previsión del BM no es optimista: los precios seguirán siendo "altos y volátiles" a largo plazo, a causa principalmente de la "creciente incertidumbre sobre la producción agrícola". Ya a principios de agosto, la FAO (organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) había difundido un diagnóstico semejante, alarmada por el peligro de que la situación se "deteriorase muy rápidamente".

Lo cierto es que han sufrido una sequía histórica los grandes graneros americanos de Estados Unidos y México, y los europeos de Rusia, Ucrania y Kazajstán. La especulación agrava lógicamente el problema, cuando se pasa de tener excedentes a sufrir un déficit alimentario.

El problema afecta sobre todo a los países menos desarrollados, donde la repercusión de los precios es inmediata. No sucede como en Europa: aunque suba el trigo y la harina, su incidencia en el precio final del pan es más relativa, porque supone sólo en torno al 5%, frente a los gastos de locales, energía, amortizaciones, salarios y cargas sociales de los trabajadores. Algo semejante sucede respecto del cuidado de animales domésticos destinados a la alimentación humana (directamente, leche, huevos).

 

Pero en aquellos países contribuirá probablemente a desestabilizaciones sociales, como sucedió ya en 2007-2008. Las dificultades estuvieron también muy presentes en los movimientos de protesta sintetizados hoy como “primavera árabe”. Y, en conjunto, la agricultura será clave para la paz y la prosperidad del planeta. Ante la intensidad del corto plazo, las grandes potencias –en concreto, el G20‑ parecen olvidar los compromisos contraídos para luchar contra el hambre, uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio establecidos por la ONU hace más de una década en Doha. Pero, sin duda, esos Estados tienen la responsabilidad histórica de adoptar medidas, para intentar evitar la creciente volatilidad de los precios.

Comentarios