La educación americana podría cambiar después del 7 de noviembre

Bandera Estados Unidos.
Bandera Estados Unidos.

A pesar de las flamantes declaraciones oficiales y las decisiones a contracorriente de algunos Estados, la educación básica estadounidense atraviesa una de sus peores crisis. En un país en que casi todo puede medirse cuantitativamente, los datos reflejan un serio retraso en el nivel de conocimiento de los alumnos, especialmente en materias básicas, como matemáticas o lectura. La gran nación americana no se ha recuperado del fortísimo impacto de la pandemia del coronavirus en las escuelas. Tampoco, de la radicalización ideológica de las universidades. Sorprende que un tema tan crucial no acabe de estar en el primer plano de la campaña para las elecciones de noviembre. 

Tal vez influye demasiado la presión de los fuertes sindicatos del sector educativo. Durante la pandemia, apostaron a fondo en favor de los profesores. Se alargó más tiempo de lo debido el cierre de los centros escolares, y no hubo diligencia para establecer sistemas alternativos mediante las tecnologías electrónicas. Los padres se sintieron abandonados, y reaccionaron con muy diversas iniciativas a favor de la libertad de enseñanza, en defensa de sus derechos familiares nativos. 

De momento, ante la próxima consulta popular, Kamala Harris cuenta con el apoyo de los sindicatos de profesores, mientras busca por todos los medios que otras uniones estén de su lado. Ha sido duro para ella perder el aliento de los emblemáticos camioneros, esenciales para el funcionamiento de la sociedad: los teamsters acaban de anunciar que, por primera vez desde 1996, no respaldarán a ningún candidato en la carrera por la presidencia; según datos internos, sus miembros favorecían a Donald Trump sobre Harris por más de 20 puntos.   

Para muchos observadores, es un símbolo de la evolución del partido demócrata, que encarna hoy con claridad Kamala Harris. Uno de sus puntos de choque es la defensa de los llamados orwelianamente derechos reproductivos: no parece que la defensa jurídica del aborto pueda calificarse de reproductiva; más bien lo contrario. Pero el enfoque de la campaña denota claramente la sustitución de la prioridad de los demócratas en las cuestiones sociales –es decir, intereses de trabajadores y clases menos pudientes- por las cuestiones “de sociedad”, en definitiva, las específicas de la batalla cultural dominante en medios de comunicación y campus universitarios. Explicaría que muchos votantes trabajadores tuvieran una fuerte tendencia hacia el partido conservador, inimaginables hace unos lustros. 

Pero Donald Trump es una incógnita, porque nunca ha sido un conservador en el sentido tradicional del término. Llegó a la Casa Blanca cuando el partido estaba dominado por el Tea Party y los reaganistas. Hoy es muy distinto, y sus afirmaciones en materia educativa son ambiguas. Las más agresivas –contra “universidades antisemitas” o el cártel de acreditación de la educación superior- exigirían una presencia federal muy sólida: aumentaría el gasto frente a promesas de recortarlo; llegan, incluso, a suprimir el departamento de educación, creado por el Congreso en 1979, que habría sido tomado por los “maniacos de la izquierda radical” (no lo suprimió durante su mandato). Algo semejante sucede con ideas relativas al comedor escolar gratuito, el apoyo a los niños discapacitados o a los préstamos universitarios sin intereses. 

Después del 7 de noviembre sabremos quién ha podido más: los sindicatos de profesores o los padres de familia. A priori, estos últimos son mucho más numerosos, aunque no todos estén integrados en asociaciones e iniciativas antiguas o nuevas que buscan un peso determinante en la educación de los hijos. En sentido contrario, la afiliación sindical continúa disminuyendo, como en tantos otros países occidentales: actualmente es del orden del 10% (6% en el sector privado, 32,5% en la función pública), frente al 20% en 1980 o el 30% en los años cincuenta. 

Entre la prioridad demócrata a favor de la escuela pública y el apoyo a la libertad y control paterno de la educación de los hijos, hay espacios muy amplios. No todo se reduce a incremento o reducción del gasto público. 

 
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