No es fácil en América salir de las dictaduras crónicas de la izquierda

    Da que pensar la tibieza de las reacciones europeas frente al evidente fraude electoral cometido en Venezuela, para perpetuar la dictadura chavista. Mi impresión es que no se aborda a fondo la violación de derechos humanos fundamentales, cuando se comete por gobernantes sedicentes izquierdistas. Y este uso y abuso de dos varas de medir perpetúa la injusticia, porque las mayorías democráticas no son proclives a la violencia; tendrán que acabar reconociendo que sólo la fuerza puede derrocar esos sistemas dictatoriales del mundo moderno: su fe en la voluntad popular manifestada en elecciones libres desaparece en cuanto se alzan con el poder.

    La experiencia muestra que en la América de habla española han caído en la segunda mitad del siglo XX dictaduras militares como las de Argentina o Chile, pero parece imposible derrocar las de Cuba, Nicaragua o Venezuela. Al contrario, crece a diario la violenta represión de cualquier disidencia, como acaba de comprobarse en los tres países. 

    Las dictaduras se han justificado siempre por razones que hacían comprensible su aceptación popular, ya desde la República romana, con mayor motivo si iban acompañadas del clásico panem et circenses. Y eso que en América no se daba el riesgo -contra el que advertía Alexis de Tocqueville- de que “las personas prefieran la igualdad en la servidumbre a la desigualdad en la libertad”. En términos más dramáticos, lo expresó Dostoievski en la leyenda del “gran inquisidor”: “Al final pondrán su libertad a nuestros pies y nos dirán: Haced de nosotros vuestros esclavos, pero alimentadnos”.

    Ni en Cuba ni en Venezuela las prestaciones sociales pueden evitar la escasez, la falta de medios de subsistencia que sufren los ciudadanos, excepto los privilegiados del régimen. En la isla del Caribe muchos sobreviven con un mínimo de dignidad gracias a las remesas de los emigrantes. La inmensa mayoría de los millones de exiliados de Venezuela no está aún en condiciones de ayudar a quienes se quedaron. El sistema pervive mediante el conocido control militar, policial y jurídico. Hasta ahora ha resistido ante manifestaciones populares de oposición, a base de una represión política que crea una atmósfera de auténtico terror.

    Maduro parece haber aprendido la lección de Ortega en Nicaragua. El Frente Sandinista de Liberación Nacional derrocó a la dictadura de Somoza en 1979, pero Daniel Ortega aceptó a regañadientes su derrota electoral en 1990. Conseguiría recuperar el poder en 2007 y, desde entonces, el control autoritario del país ha ido creciendo año tras año, hasta la barbarie actual.

    La oposición –con frecuencia desde el exilio- demanda una mayor presión de la comunidad internacional ante la violación de los derechos humanos. Pero las dictaduras izquierdistas cuentan con el apoyo habitual de potencias poderosas, como la antigua URSS o las actuales China y Rusia, con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Estos países defenderán siempre a Cuba o Venezuela, también por intereses económicos y no sólo ideológicos, mientras se sumaban en su momento a la presión colectiva contra las dictaduras militares, en un ejercicio típico de cinismo político. Ni los generales de Argentina ni Augusto Pinochet en Chile pudieron sobrevivir. Tuvieron que aceptar la apertura sin derramamiento de sangre, algo que difícilmente será posible, al menos con los datos de hoy, en dictaduras cada vez más alejadas de la propia Organización de estados americanos.

    La democracia es más frágil de lo que parece. Sufre cada vez más amenazas. No son pocas las internas, derivadas de una excesiva polarización y de la crisis de confianza en los liderazgos políticos. Se acentúa estos días en Francia, en Alemania, o en la España que se aleja del espíritu de la Transición. 

    Habría que hacer aquí una encuesta como la realizada del 26 de julio al primero de agosto por Ipsos para Le Monde, la fundación Jean Jaurès, el Instituto Montaigne y el centro de investigaciones políticas de Sciences Po. El horizonte aparece repartido entre tres bloques, cada uno rechazado claramente por los otros dos. Pero, a pesar del dique republicano contra la posible mayoría parlamentaria de la extrema derecha de Marine Le Pen y Jordan Bardella, Rassemblement national resiste en términos de imagen, mientras que cerca del 70% de los franceses consideran peligrosa para la democracia a la LFI de Jean-Luc Mélenchon (57% para RN). 

    Cuando escribo estas líneas, el presidente Macron parece inclinarse por un gobierno de centro izquierda en intento de superar una crisis ciertamente profunda, que afecta a la viabilidad de la V República. Y en Alemania, a pesar del cerco de los partidos clásicos, la extrema derecha de AfD alcanza en Turingia el primer puesto, y en Sajonia, el segundo..., con la mirada puesta en Rusia.

 

  

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