La invención sofística del socialismo liberal

Así, en Estados Unidos, en plena campaña de primarias para la designación de candidatos a la presidencia, se produce cierta radicalización de algunos aspirantes: más socialismo y estatalismo en el campo demócrata, más individualismo y menos gasto público en el área republicana.

Algo semejante se refleja en los movimientos del líder conservador británico Cameron –inmigrantes, Europa, o en las posturas de los tres partidos franceses con posibilidades en la primera vuelta del camino hacia el Elíseo: Hollande, Sarkozy, Le Pen. Muchas posturas no responden a planteamientos intelectuales de fondo, sino a estrategias o, incluso, tácticas electorales.

Dentro de esa complejidad un tanto pragmática, se comenta mucho la confianza depositada por el presidente galo en su primer ministro Manuel Valls, y éste en el responsable del área económica, Emmanuel Macron. Se autoproclaman valedores del progreso, pero plantean medidas distantes de las políticas clásicas: por ejemplo, no se trata sólo de atemperar en la práctica la regla de las 35 horas como duración semanal máxima del trabajo, sino de suprimirla en aras de la competencia y la eficacia; sería una de tantas reformas del derecho del trabajo, justificadas históricamente en términos tuitivos hacia la parte más débil de las relaciones laborales.

Se llega así a un peculiar debate sobre si el liberalismo –en el sentido europeo, no americano es de izquierda o derecha. Para Guy Sorman, autor entre otros libros, de La solución liberal en el lejano 1984, "el liberalismo es evidentemente de izquierda, y lo ha sido siempre, a condición de que se esté al significado de las palabras y no a consignas oportunistas”. A su juicio, no es una ideología, ni un modelo, sino un método experimental al servicio de una ambición y una convicción: “es posible vivir civilmente en sociedad, aunque seamos diferentes unos de otros, y en esta sociedad perfectible, cada uno debería poder desarrollar al máximo sus capacidades con la máxima amplitud de opciones, en la vida pública o en la privada”. El liberalismo no supondría cargar contra el Estado, sino contra las derivas burocráticas e, incluso, totalitarias. Incluye la libre elección del cónyuge, homosexual o no, el uso de sustancias ilegales o no, y el derecho a emigrar sin entrar en los motivos. Está a favor de la economía de mercado, que permite la innovación empresarial, pero se opone al capitalismo que consagra el dominio de los monopolios, públicos o privados. En la realidad de tantos países –España incluida- ese liberalismo ha sido asumido plenamente por socialistas y conservadores. ¿Son opciones de progreso? ¿O simple oportunismo?

Para Liem Hoang Ngoc, ex eurodiputado, fundador de la Nueva Izquierda Socialista, los supuestos liberales de izquierda se limitan a vestirse con un traje reformista socialdemócrata, que disfrazaría su adhesión a ideas conservadoras: “el horizonte de la socialdemocracia es el socialismo, mientras que el liberalismo sigue siendo el capitalismo”. Aquel no renuncia al control colectivo de la producción y a la redistribución de las riquezas. El liberalismo enmascara también, en nombre de reformas estructurales del mercado de trabajo, la debilitación del poder de negociación de los empleados.

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Encuestas solventes del país vecino confirman, sin embargo, una sensible evolución del electorado socialista: en 2014, sólo un 23% estimaba que "para impulsar el crecimiento, es necesario limitar al máximo el papel del Estado en la economía francesa y dar a las empresas la mayor libertad posible". Este porcentaje ha pasado, un año después, al 34%. Ha aumentado aún más la confianza en las grandes empresas (hasta el 49%, 21 puntos más), sin excluir a los bancos (44%, 13 puntos más). Aun así, siguen siendo abrumadoramente favorables a la tesis de que "es preciso tomar de los ricos para dar a los pobres", pero en menor medida que el año pasado (72%, 5 puntos menos).

El problema se complica por el déficit intelectual que atraviesa Europa, sin faros-guía del pensamiento y de la acción, como en otras épocas de crisis o de transición. Se ha llegado a decir que los pensadores han sido sustituidos por los polemistas. En España, por lostertulianos, capaces de improvisar sobre lo divino y lo humano, y de cambiar de opinión al son de la actualidad. Lejos de aquellos intelectuales “proféticos” o “críticos”, abonados a un progresismo paradójicamente caduco. Lástima que auténticos pensadores se dejen cohibir por un silencio aparentemente responsable. Al menos, deberían señalar tantas contradicciones de la sociedad actual, como las del socialismo liberal, o el liberalismo social. Pero hoy los sofistas volverían a dar muerte a Sócrates.