Más luces que sombras ante las relaciones EEUU-Cuba

            La complacencia es bastante amplia acerca de la positiva evolución humanitaria de los acontecimientos. La actuación de la Jerarquía católica resulta esta vez aplaudida, como también la decisión del presidente de Estados Unidos –aunque no faltan quienes le reprochan la derrota, mientras Raúl y Fidel apenas se han movido en sus posiciones.

            Para la gente de mi generación, recuerda lo sucedido en la España de 1953, año de la firma de dos importantes tratados internacionales: los acuerdos con Estados Unidos y el concordato con la Santa Sede. En el fondo, no contribuyeron a la evolución, sino al asentamiento de la dictadura, justamente lo que temen algunos disidentes de Miami y La Habana. Pero, a pesar de ciertas críticas, todo indica que la mayoría de los cubanos residentes en Estados Unidos –con un peso político y electoral creciente‑ apuestan por la normalización de relaciones.

            Lo importante se dilucidará en las próximas semanas, en la medida en que se confirmen las expectativas que el cambio ha producido de entrada en el ánimo del pueblo cubano: una mayor esperanza en el doble plano de la lucha por las libertades y del enderezamiento de un bienestar económico demasiado decaído para la mayor parte de la población. Las leves reformas introducidas por Raúl Castro no parecen estar dando frutos de relieve. Y la crisis financiera de Venezuela se cierne sobre La Habana como un tornado más destructivo que los de la naturaleza.

            Ciertamente, con la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS, se abrió un compás de espera en Cuba. El tiempo no ha resuelto los problemas: ha seguido aumentando la emigración, mientras en el interior de la isla se mantenía la represión, con altibajos, pero también, a veces, con hechos increíbles, como la muerte en “accidente de tráfico” del líder opositor Oswaldo Payá. Está por ver ahora si la razón aducida por Obama –la ineficacia de una política que se ha mostrado ineficaz después de más de medio siglo‑ da paso o no a una transformación efectiva, que beneficie de veras al pueblo cubano.

            Se confía en que, a pesar de su actual composición, el Congreso de Estados Unidos derogue el embargo de 1962, establecido en tiempos de John Kennedy, por razones de evidente peso. Con Bill Clinton en la presidencia, adquirió rango legal desde 1996: por eso tienen que intervenir ahora las Cámaras.

            La medida llevó a consecuencias que podrían calificarse de pintorescas si no fuese por el daño que producen al país: las describía con precisión Luis Luque en Aceprensa del pasado 18 de diciembre. Sin duda, como declaró Raúl Castro, el embargo sigue siendo el principal problema, y Barack Obama ha prometido medidas para preparar el camino hacia su completa desaparición, con permiso de senadores y representantes: por ejemplo, más facilidades para viajes, o la elevación de la cuantía de las remesas desde Estados Unidos a Cuba. La desaparición del bloqueo significaría también la muerte del gran chivo expiatorio del Régimen.

            El propio Luque señala otro signo de esperanza para los creyentes cubanos, que han resistido a pesar de la represión y las dificultades, como se comprobó en el viaje de Juan Pablo II en 1998. No se atendió su emblemática petición de abrir el mundo a Cuba, y Cuba al mundo. Ahora, también Castro ha agradecido a la jerarquía y al papa su contribución al cambio de actitud, pero falta conceder libertad en el campo de la educación y de la comunicación, así como devolver propiedades injustamente confiscadas por la Revolución.

            De modo semejante, los disidentes del interior en Cuba esperan una mayor iniciativa por parte de Washington para avanzar en el camino de los derechos humanos hacia la normalización democrática. De entrada, lamentan que no se les haya consultado, en contra de promesas hechas por Obama a las Damas de Blanco o al Frente antitotalitario, según comentaba Washington Post en su editorial del día 19. Pero la diplomacia tiene sus tiempos. Y, en definitiva, importa no olvidar a las once millones de habitantes de una isla próspera hoy empobrecida.

            La apertura comercial irá acompañada necesariamente de intercambios culturales efectivos. Una mayor prosperidad económica ampliará también las perspectivas de cambio político, pues no parecen sostenibles en Cuba soluciones al modo de China: tras las barreras mercantiles caerán muy probablemente las restricciones políticas internas. Al menos, habrá desaparecido uno de los dos despotismos actuales: el del bloqueo.

 
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