Tras el paréntesis olímpico, Francia espera un nuevo gobierno

El presidente de Francia, Emmanuel Macron.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron.

En cierto modo, la alegría esperanzada de unos juegos olímpicos más universales que nunca, invitaba a dejar de lado detalles poco brillantes y unirse al regocijo colectivo. Los propios franceses han parecido olvidarse por dos semanas de su seria coyuntura económica y, sobre todo, política, que llevó a Emmanuel Macron a la grave decisión de disolver la Asamblea Nacional tras las últimas elecciones europeas.

No se produjo la catarsis que esperaba el presidente de la República y, tras los resultados del balotaje electoral, se encuentra hoy con una cámara más dividida que antes de las elecciones. A pesar de sus excepcionales dotes intelectuales y políticas, no tiene fácil superar el actual escollo que afecta a la gobernabilidad y llega a poner en entredicho la viabilidad del sistema constitucional impulsado en su día por el general Charles De Gaulle, justamente para trascender los errores prácticos de la IV República francesa.

Desde un punto de vista estrictamente jurídico, el presidente no tiene condicionamientos para nombrar y destituir al jefe del ejecutivo. Pero no será fácil que el parlamento apruebe proyectos de ley enviados por el gobierno, si éste, al menos respecto de su cabeza visible, no goza previamente de un apoyo mayoritario. El recurso al equivalente al decreto-ley está ya políticamente agotado bajo mandato de Macron.

La Asamblea Nacional está dividida en tres grandes bloques. Ninguno se acerca a la mayoría absoluta. El balotaje excluyó la posibilidad de un gobierno de RN (Rassemblement National de Marine Le Pen), que pasó al tercer lugar después de haber obtenido el mayor número de votos en la primera vuelta. Pero, para Macron, tampoco es negociable contar con Jean-Luc Mélenchon, a pesar de proceder de LFI (La France Insoumise) el mayor número de diputados del NFP (el nuevo frente popular de izquierda), que es a su vez el primer grupo de la Asamblea.

Después de muchas fintas y vacilaciones, que llegaron a poner en riesgo la coalición, NFP se decantó el 23 de julio por proponer a los demás líderes el nombramiento de Lucie Castet, una figura emergente, para superar el impasse provocado por el radicalismo de Mélenchon. Aunque puede ser tan radical o más que el líder de LFI, destaca su juventud y su brillante carrera como alta funcionaria pública. Se ha lanzado a presentar a la opinión pública, a través de una carta a diputados y senadores “republicanos” (es decir, con exclusión de RN), unos objetivos de futuro que encajan con los planteamientos de la coalición, difícilmente aceptables por el presidente de la República y que tampoco conseguirían previsiblemente mayoría en las cámaras.

Las promesas se resumen en cinco grandes prioridades: el poder adquisitivo (con aumento del salario mínimo interprofesional y la derogación de la reforma de las pensiones), la “bifurcación” ecológica, la educación, la salud y una fiscalidad más justa. Como suele suceder en la comunicación política de la izquierda, se lanzan grandes fines sin referirse a medios para conseguirlos. No se olvide que Francia está advertida por Bruselas en cuanto a la estabilidad económica de la eurozona.

Tiene razón Macron cuando critica la arrogancia de este bloque de izquierda, que se autoidentifica como voz de la mayoría de ciudadanos (sin contar la cifra nada despreciable de los millones de votantes de RN). Sólo podrá obtener, a su juicio, mayoría parlamentaria la que esté dispuesta a aceptar un gobierno reformista, aprobar el presupuesto anual y hacer avanzar a Francia.

No se ha hecho esperar la contrapuesta de Gabriel Attal, primer ministro en funciones, líder parlamentario del macronismo. Se dirigió el 14 de agosto a los parlamentarios, con sus propias exclusiones: LFI, RN y Enric Ciotti, representante de la antigua derecha que se alió con Le Pen. Les propone “un pacto de acción para los franceses”, con seis prioridades, también pendientes de concreciones eficaces: “restablecimiento” de las cuentas públicas (modo retórico de referirse al freno del déficit), defensa de la laicidad y renovación de las instituciones, poder adquisitivo y vivienda, medio ambiente, seguridad y servicios públicos (especialmente educación y sanidad). Pero puede no bastarle el apoyo de las demás fuerzas de centro derecha, especialmente los republicanos de LR y los democristianos en torno a François Bayrou (MoDem). Necesitaría un refuerzo proveniente del socialismo clásico y del ecologismo no radical. En cierto modo, la reelección el 18 de julio de Yaël Braun-Pivet (LR, el partido del clásico centro derecha) como presidente de la Asamblea Nacional juega a favor de la posibilidad de un gobierno centrista.

En este contexto, Emmanuel Macron ha invitado a los presidentes de los grupos parlamentarios y a los líderes de los partidos el próximo 23 de agosto, para consultarles sobre la constitución del nuevo gobierno: el gran objetivo es avanzar hacia la construcción de una mayoría lo más amplia y estable posible al servicio del país. El nombramiento del primer ministro queda para después de esas consultas. Pero, políticamente, el presidente no debería esperar más.

 
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