Prioridades para el impulso de la Unión Europea

El presidente francés, Emmanuel Macron, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Foto: JULIEN MATTIA / ZUMA PRESS)
El presidente francés, Emmanuel Macron, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. (Foto: JULIEN MATTIA / ZUMA PRESS)

El presidente francés ha nombrado al fin un primer ministro, meses después de las elecciones tras la disolución de la Asamblea Nacional. Emmanuel Macron tomó esa grave decisión tras los resultados de las elecciones europeas, que no le auguraban un futuro tranquilo. Ahora estamos a la espera de que la presidente Ursula von der Leyen, confirmada por la Eurocámara, acabe de perfilar los miembros de la Comisión, el equivalente en Bruselas a los ejecutivos nacionales.

Ciertamente, la decisión comporta dificultades quizá mayores que las de Macron, también porque, además de los nacionalismos, ha llegado al Parlamento Europeo la tendencia a la fragmentación política que se difunde por el mundo occidental. Es un signo de libertad ciudadana, inseparable de la necesidad de afinar en el espíritu de consenso democrático, para asegurar la gobernabilidad. Y ahí, especialmente por lo que nos llega de las propuestas españolas, la excesiva partitocracia al uso puede limitar el indispensable impulso para abordar políticas que aseguren el futuro de la UE en una encrucijada internacional llena de incertidumbres.

No resulta fácil establecer una jerarquía de objetivos insoslayables, porque cada uno lo es en su género y están todos interrelacionados. Pero, desde el punto de vista geopolítico, Europa debe ser fiel a sí misma en la defensa de los derechos humanos, que exige una postura unívoca y exigente contra las posibles y diversas violaciones de exigencias irrenunciables. Así, respecto al apoyo a la soberanía de un Estado libre como Ucrania, frente a la invasión prepotente de Rusia. 

Europa es signo y fermento de globalidad, asentada en el espíritu de apertura y libertad en las relaciones económicas internacionales. Pero no puede aceptar la impostura de China, que clama contra posibles límites arancelarios occidentales cuando practica hasta la saciedad el dumping social y fiscal para expandirse fuera de sus fronteras, mientras en el interior pervive la escasez y el dirigismo totalitario.

Esto invita, además, a plantear a fondo la necesidad de recomponer el tejido industrial europeo, sin excluir la recuperación de un puesto preeminente en el campo de la defensa militar. En el origen de la UE está el tratado que instauró en 1951 la CECA, la modesta comunidad europea para el carbón y el acero, tan necesaria entonces, en momentos de reconstrucción tras la II Guerra. Hoy la economía presenta problemas muy distintos, pero requieren prioridad, también como fundamento de los valores humanos irrenunciables de Europa, como gran faro de una cultura de libertad y de paz en el mundo contemporáneo.

Esto no excluye –al contrario- que Bruselas afronte la crisis del Estado del bienestar, que comienza a pesar excesivamente en las jóvenes generaciones. Resulta patente en materia de desempleo o de vivienda, aunque existan diferencias, también por razones históricas, en los diversos miembros de la Unión. 

Algo semejante sucede con la necesaria conversión ecológica y la coordinación de políticas energéticas, que están en la base de la productividad y el poder adquisitivo.

Un aspecto transversal importante es el envejecimiento de la población. Aunque se respete el principio de subsidiaridad en el más amplio sentido de la expresión –incluye la valoración de cambios culturales que afectan al reconocimiento social de la maternidad-, la UE no puede parecer pasiva ante el evidente y progresivo invierno demográfico.

A la vez, y a pesar de que se ha avanzado mucho, es preciso seguir desarrollando políticas comunitarias de emigración y asilo con más precisión y eficacia. Los términos del debate son bastante conocidos. Las soluciones dependen de una voluntad política firme, que armonice cuestiones con frecuencia divergentes.

 

En cualquier caso, frente al fenómeno de la abstención y la desconfianza hacia la política, se impone redefinir la estructura de las instituciones comunitarias, para que se abran de veras a los intereses prevalentes de los ciudadanos respecto del bien común europeo. Está en juego superar las amenazas exteriores (China, Rusia, Estados Unidos) y, sobre todo, las derivadas de los propios nacionalismos y la partitocracia, caminos estériles para resolver los grandes desafíos mundiales. 

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