Reino Unido: nuevo ciclo político a prueba

El líder de los laboristas: Keir Starmer.
El líder de los laboristas: Keir Starmer.

    Cada sistema político tiene ventajas e inconvenientes. Del británico asombra la capacidad de respuesta al cambio determinado por los electores. En poco más de 24 horas se ha producido la dimisión del primer ministro y el nombramiento por el Rey del sucesor, que ha completado inmediatamente su gobierno. Es quizá el rasgo más genuinamente democrático de esa vieja monarquía confesional.

    Mayores matices necesita la transformación de votos en escaños. Como acaba de suceder, la recuperación histórica de la mayoría laborista en los Comunes, con diferencias escandalosas (411 frente a 131 tories), no refleja una especie de conversión social a sus ideas, pues el incremento del número total de votos ronda el 34%, sólo dos más que en las elecciones perdidas de 2019 (se quedó en 262 escaños). Además, la participación fue del 60%, la menor de los últimos veinte años. En rigor, lo histórico es más la destrucción del partido conservador –la peor derrota de todos los tiempos- que la victoria laborista.

    Ése ha sido quizá el gran mérito político de Keir Starmer: encauzar el descontento popular que iba creciendo día a día desde la batalla por el Brexit y la concatenación de medidas erráticas de los últimos cinco primeros ministros conservadores: aparte de que la salida de la Unión Europea ha tenido efectos más bien negativos, los ciudadanos han percibido demasiados deterioros en los servicios públicos –especialmente la sanidad-, la vivienda, los salarios y el poder adquisitivo, etc., mientras no se reducía la deuda pública, que se aproxima actualmente al 100% del PIB.

    A la vez, desde la severa derrota laborista en 2019, Starmer ha recuperado el centro y la moderación perdidos por los conservadores, ha conseguido alejar los planteamientos radicales de Jeremy Corbin, líder del partido de 2015 a 2020 y ha zanjado toda manifestación de antisemitismo. Desde otro punto de vista, su victoria resulta especialmente importante en tantos distritos de Escocia que los independentistas han bajado a nueve escaños desde cuarenta (curiosamente, por el sistema electoral, esos pocos diputados proceden del 2% de votos a escala global, mientras que el populismo de Nigel Farage –Reform UK- conseguía sólo cinco escaños con el 14% del voto popular). 

    Probablemente los electores perdidos del partido conservador se han dividido entre el nuevo laborismo y el centrista partido de los demócratas liberales, que con sólo el 12% de los votos, lleva a Westminster 71 representantes. Tal vez la izquierda más radical ha podido apoyar a los verdes, que han obtenido cuatro diputados, con el 7% de votos. 

    El clamoroso éxito de Starmer tiene quizá más valor si se considera que su liderazgo se aparta de tópicos al uso. Tiene más de sesenta años, es de origen modesto, llegó tarde a la política y carece de una imagen deslumbrante. Pero fue eficaz como abogado de derechos civiles y como fiscal jefe en Gran Bretaña, y ha sabido ganarse la confianza del partido y, sobre todo, de los electores, que esperan menos populismo y grandilocuencia y más pragmatismo: tiempo de trabajo duro para resolver problemas, recomponer instituciones y servicios, y recuperar el tono de honradez política dilapidada por múltiples escándalos no lejanos (especialmente en el tiempo de Boris Johnson).

.     Aunque ha sido moderado también en sus promesas –vivienda, sanidad, inmigración, infraestructuras verdes-, hay expectación ante las primeras medidas que adoptará el gobierno, para armonizar el necesario gasto social con la cautela en materia de deuda pública y el mantenimiento de los actuales impuestos sobre la renta y las sociedades. Se espera que, efectivamente, sea un hombre capaz de tomar decisiones difíciles en tiempos difíciles.

 
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