La tiranía de lo políticamente impuesto censura la libertad de expresión

“Para una sociedad libre, es fundamental que los ciudadanos puedan expresarse sin temor a ser castigados, tanto por las autoridades como por la gente", se lee en el texto aprobado por amplísima mayoría. Los diputados piensan que están renovando la política, rompiendo con esquemas antiguos. Pero la realidad es que esa libertad de expresión sin límites ni restricciones, se da de bruces con la presión psicológica y social que se desarrolla en otros campos: origina clamorosos miedos y silencios, que cuajan en decisiones inesperadas, como la sentencia americana contra el pastelero que se negó a preparar la tarda de una boda gay.

No todo es negativo en la jurisprudencia del Supremo americano, a pesar de las serias consecuencias para la libertad que puede traer la decisión sobre la constitucionalidad de las uniones gay. En marzo había amparado a la Universidad de Notre Dame, que se oponía, por motivos religiosos, a pagar los servicios de aborto a sus empleados, impuestos por la reforma del sistema de salud promovida por el presidente Obama.

Se da en Occidente una creciente discriminación, no contra minorías religiosas o sociales, sino contra las mayorías, operadas por el poder judicial sin gran fundamento constitucional. El cristianismo puede ser objeto, no sólo de crítica, sino de burlas, parodias o insultos; pero ay de quien se permita algo semejante respecto de LGTB.

Por fortuna, se advierte también una reacción entre profesores americanos y europeos, en la estela de Allan Bloom o Tzvetan Todorov. Denuncian los que Pascal Engel, filósofo, profesor de la Escuela francesa de Altos Estudios en Ciencias Sociales, llama “errores de la nueva censura”.

A comienzos de 2015, el presidente de la Universidad de Chicago promulgó una declaración de principios sobre la libertad de expresión. Secundó pronto su ejemplo Purdue University. Quieren garantizar "la máxima amplitud de hablar, escribir, escuchar, proponer y aprender”. Porque consideran que “no es papel de la universidad tratar de proteger a los individuos de ideas o de opiniones que encuentren poco acogedoras, desagradables, o incluso ofensivas”.

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Porque el censor postmoderno, desde su pensamiento débil, favorece situaciones grotescas en su irracionalidad. Abundan los ejemplos en occidente, aunque nada tienen que ver con las brutales sanciones del mundo islamista, en Pakistán o en Arabia Saudita, donde un escritor puede recibir miles de latigazos y años de cárcel por permitirse dudar de doctrinas de Mahoma.

Oxford University Press ha prohibido a sus autores referirse a cualquier cosa relacionada con la carne de cerdo. No se podrían entonces mencionar las sátiras de Jonathan Swift a comienzos del siglo XVIII, como si el cuento de los tres cerditos ofendiera hoy a los musulmanes británicos.

En Italia se han planteado expurgar textos de la Divina Comedia de Dante, para proteger a judíos, musulmanes y homosexuales. Quizá existe el problema, porque se sigue leyendo en las escuelas –razón en parte de la inmejorable capacidad expresiva popular , a diferencia de España con Cervantes. No tengo la edición reciente de Trapiello, pero imagino que no habrá edulcorado las expresiones fuertes de don Quijote o Sancho en tantas cuestiones vitales. En fin, sería terrible confinar a Cervantes en la Ínsula Barataria, y a Dante en el Infierno por falta de corrección política en el tercer milenio. Como señalaba una escritora italiana, a este paso, ¿por qué no censurar la Ilíada y la Odisea, por belicismo y misoginia, o incluso Moby Dick, por fomentar la caza de ballenas?

El filósofo y lingüista Tzvetan Todorov, profesor visitante en varias universidades de Estados Unidos, fue uno de los primeros críticos de ese lenguaje lleno de eufemismos introducido por la corrección política: una moda de los años setenta, que se radicalizó a partir de los ochenta. Ahora no es sólo una ocultación lingüística de lo no deseado, sino auténtica exclusión de quien no admite esa neolengua.

¡Qué lejos queda el “prohibido prohibir” del 68!