Aclarar oscureciendo

El lunes pasado, en Los Desayunos de TVE, Álvaro Pombo ilustró lo que todos sabemos: la independencia del intelectual no es compatible con el ejercicio de la política de partido. A mayor responsabilidad orgánica, mayor obligación tácita de someterse al argumentario oficial. Teniendo en cuenta que el autor es candidato de UPyD al Senado por Madrid, hay ciertas declaraciones que no se le pueden permitir ricamente, y menos a seis días de las elecciones. Pombo las hizo y fue desautorizado. ¿Debe por eso callar lo que piensa? ¿Debe el partido tomarlo menos en serio? Ni una cosa ni otra serían de recibo. Simplemente, la relación no funciona. Desavenencia radical de caracteres.

Las dos afirmaciones para la polémica atañen a Pombo directamente en su condición de anciano y de homosexual, por lo que se le debe otorgar al menos cierta legitimidad de partida. Sobre las personas mayores dijo que «somos muy pildoreros», y que el copago no le parecía una mala idea. Y acerca de las uniones homosexuales, reconoció que la palabra matrimonio no le gustaba «como la que más», porque «a lo mejor yo soy homófobo». Ante el guirigay que se montó en la corrala Twitter por la mención de dos asuntos tabú, el partido terció en la red como lo hacen los partidos: con su plúmbea retórica sedante, la que usan para aclarar oscureciendo.

De esta manera, el vivaz candidato se vio impugnado doblemente, en el contenido y en la expresión. Por muy pildoreros que sean los mayores y por mucha parafarmacia que tengan, según dijo, llano y zumbón como es, el novelista de la sotabarba, ese erróneo copago ha de entenderse como la necesidad de «racionalizar el gasto farmacéutico y combatir la hiperprescripción en pensionistas». Toma naturalidad. Así se transcomprende mucho mejor, de medio a medio. Y en cuanto a políticas de igualdad de trato a homosexuales, el portavoz de la formación en la red aludió asépticamente a un punto del programa donde aparecen recogidas. Si nadie las había puesto en duda.

Volviendo a la cuestión inicial, lo que este pequeño incidente muestra es que no casan bien el intelectual de criterio libre y el partido de criterio acotado. Parece que se benefician mutuamente, que aquel le da a este un enfoscado de brillantez y que este le ofrece a aquel un proyecto concreto para ver sustanciado el ideal que aún le quede, si le queda alguno. Luego, a la mínima, uno se sincera demasiado, habla más de la cuenta, pronuncia la palabra que no debe, y llega la glosa del aparato con su tono indulgente pero severo. Copago no, hombre, copago no. Menos literatura, y a ver si vamos aprendiéndonos la jerga.

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