Adios, amigo

Cosas de la vida nos presentaron hace unos siete años. Nos juntaron durante un tiempo. Luego, esas mismas cosas, nos separaron sin poder despedirnos. Y nunca más. Poco supe de ti hasta hoy. Durante aquellos días te conocí muy joven, alegre, elegante y con una envidiable chulería castellana. Siempre derrochando una clase y una buena educación impropia de tu edad. Charlamos durante horas bajo el duro sol de verano. Hablábamos de música, de historias de juventud y de la vida. Siempre rodeados de buenos amigos. Me cuesta recordar con nitidez los detalles de aquellas cervezas de media tarde. Pero estoy seguro de no equivocarme si digo que te encantaba fumar rubio, disfrutar lentamente esas cañas frías y desaparecer mentalmente durante un rato en las conversaciones para descansar la mirada en el infinito. Era muy fácil hablar contigo, porque, sencillamente, sabías escuchar. Estoy seguro de no fallar al recordar que jugabas al fútbol como los ángeles. La elegancia que te rodeaba en la calle, brillaba más aún en el terreno de juego. Yo no soportaba que, con aparente facilidad, me dejases sentado con un rápido movimiento de piernas. Así que utilizaba todas mis artes —las malas también- para evitarlo e intentar robarte el balón. A pesar de lo cual, nunca te vi un mal gesto, ni una mala cara en un partido. El poco tiempo que pudimos compartir me dejó marcado en muchos aspectos. Tengo la impresión, por ejemplo, de que tenías un exquisito gusto musical. Esa serenidad que llevabas dentro y esa capacidad de observación te permitían disfrutar con mayor acierto de las canciones que me detallaste, que hoy ya no recuerdo. Hoy me llamó un amigo para hablarme de ti. Me ha dicho que llevas ya un tiempo luchando contra esa enfermedad que tantos buenos corazones ha robado. Que has sufrido mucho y que te has tenido que despedir de tu gente en varias ocasiones. Y que, según los que saben de esto, hoy ha sido —seguramente- la última... Supongo que has recibido pocas noticias de mí en estos años. Por eso no creo que alguien pueda hacerte llegar a tiempo esto que hoy escribo. Pero estoy seguro de que, tarde o temprano, podrás leerlo con calma. Poca gente puede largarse, mediada la veintena de años, con la cabeza así de alta. Con las ideas tan bien puestas y habiendo trabajado duro por los demás. Envidio a tus buenos amigos, lo que han podido vivir cerca de ti estos últimos años. Nunca hasta ahora he desviado el tema de esta Tribuna a algo que no tenga que ver con la música. Y no me resulta necesario hacerlo hoy. Porque se confirma la teoría de que quien destaca especialmente por ser elegante en todos los aspectos de la vida, posee también un gusto musical acorde a sus buenas maneras. Que Dios te reciba con la mejor de tus canciones preferidas. Y con tu eterna sonrisa.

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