Berlín a la derecha

Bonn era una representación funcionarial, una capital interina con blancas embajadas junto al río, con un sentido muy occidental de libertad, placidez y resistencia. Era también una plaza para la política más noble cuando los opositores de la DDR llegaron en busca de un partido al que afiliarse. Venían de un país triste donde siempre llovía, llevaban tras de sí muchas décadas de arquitectura socializante y una dieta depresiva de patatas y pan negro.

En Bonn causaron irrisión sus calcetines y sus medias de la industria nacional. Pese a todo, era un magma de ilusiones donde Angela Merkel pronto sería la protégée de Kohl, ascendida a ministerios no tan inconsistentes en Alemania como Medio Ambiente y Seguridad Nuclear o Juventud y Mujer. Para especulación perpetua queda saber qué vio Kohl en aquella mujer de ojos nubosos, hombruna a la vez que frágil, criticada por fea igual que si hubiese sido demasiado guapa.

Ahora, Angela Merkel se dirige a la nación desde Berlín y promete impuestos razonables, más responsabilidad y menos burocracia, más Bush y menos Putin, en espera de la partida de Chirac. Así se ha de reparar la magnitud del lucro cesante de Europa en estos años, según viene de escribir F. Pflüger en la prensa de París, a modo de aviso o de venganza: no es deseable ni realista hablar de Europa sin hablar de atlantismo, Turquía sólo puede aspirar a una asociación privilegiada, la Unión no acepta liderazgos hemipléjicos. Francia y Sarkozy aguardan más atrás para alinear el continente a la derecha después de tantas añadas de políticos estéticos. También estos caminos tangenciales pueden ayudar al de Rajoy.

Los sindicatos preparan su rugido pero Merkel asegura que tiene un corazón. Son reincidencias en el conservadurismo compasivo y más bien es previsible un voto decidido de reforma que despierte a Alemania hacia los gozos y los riesgos de la libertad. En realidad, se trata de que las jubilaciones no incluyan vacaciones balnearias y que no haya un millón de prósperos pobres a cargo de la “Sozialhilfe”.

Desde que el patriarca Adenauer comentó que “la gente siempre tendrá hijos”, el estilo político alemán se ha basado en la exageración de la promesa. Hasta ahora han sido muchos años de fintas para evitar la purga, mientras Alemania fiaba su fortuna a su prestigio, con universidades poco a poco decadentes y empresas compradas por extranjeros como un agravio al orgullo nacional. Hoy los hijos tienen rasgos turcos y también urge a Angela Merkel coser al país el tercio excomunista tan indócil.

No le faltará a Merkel la cautela de la humildad tras un cumplido acopio de fracasos desde que la honrada CDU confesara pecados mortales en materia de financiación. Más tarde vio subir las aguas en detrimento de Stoiber. Merkel ha pastoreado el partido con tensiones, ha tenido el desamor y la burla como escuelas de liderazgo, pero ya parece que su virtud es algo más que la incapacidad de Schroeder. De Bonn a Berlin le espera el Reichstag, anclado en sus columnas neoclásicas, transparente y moderno en la cúpula de Foster, siempre simbólico de una Europa que vuelve a requerir de energía y de carácter.

 
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