Bodas cada nada

Menos mal que me he enterado estando aún soltero. El otro día hojeaba mecánicamente –y con muy masculino reparo– un suplemento monográfico sobre bodas que traía la prensa local, y vi la relación exhaustiva de los aniversarios que existen, con su denominación correspondiente. Me veo en la necesidad de difundirla, por su importancia máxima dado el escaso conocimiento que al respecto suele tenerse. A los no matrimoniados les dará la pauta completa de sus conmemoraciones futuras, si es que se quieren casar y celebrar comme il faut los años juntos; a los que sí lo están, les servirá de amonestación por la inopia en la que han permanecido hasta el momento, pero a la vez les servirá para enmendarse.

Ignorantes de nosotros, muchos no sabíamos más allá de las bodas de plata y las de oro. Quizá nos sonaban también, como mucho, las de diamante y hasta las de platino, empeño titánico del amor más acá de la muerte. Pues resulta que hay bodas cada nada. Ahí va el listado completo: bodas de algodón (primer año), papel (segundo), madera (quinto), azúcar (sexto), lana (séptimo), bronce (octavo), loza (noveno), lata (décimo), seda (duodécimo), encaje (decimotercero), marfil (decimocuarto), cristal (decimoquinto), porcelana (vigésimo), plata (vigésimo quinto), perla (trigésimo), coral (trigésimo quinto), rubí (cuadragésimo), zafiro (cuadragésimo quinto), oro (quincuagésimo), esmeralda (quincuagésimo quinto), diamante (sexagésimo) y platino (septuagésimo quinto).

Que salga ya mismo a la luz el comité nupcial, organismo para el bienestar del cónyuge o asociación de baratilleros que se ha encargado de elaborar este calendario oficial, y nos explique varias cosas. Primera, por qué esos saltos incongruentes en el tiempo. Se celebran con honores nominales los años trece y catorce, pero no los años tres y cuatro. Luego, ya nunca más: todo son las redondeces del cero y el cinco. Y qué decir de la secuenciación cruel del último tramo. Hay inhumanidad en ese páramo de década y media que va de las bodas de diamante a las de platino, cuando por imperativos biológicos los ecos del enlace deberían celebrarse, como poco, con frecuencia bimestral.

Segunda cosa que aclarar, la elección de los nombres y su arbitrariedad respecto a la cronología. Las bodas de azúcar habrían de ser el primer año –por el empalago, porque la pareja está todavía acaramelada–, y no el sexto año, cuando ya es muy probable que lleve cuatro y medio divorciada. Aparte, no acabo de ver una progresión clara en las calidades de los materiales. Hay altibajos torpes y opciones muy desafortunadas. Después del bronce, la loza. Y luego, la lata (qué ídem, diez años casados ya). Y entonces, la seda (¿como la ídem vuelve a ir el matrimonio, dos años después de los latosos diez primeros? Hombre…).

Me viene a la memoria que el título en inglés de La tentación vive arriba, de Billy Wilder, era The Seven Year Itch, algo así como la picazón o la sarna de los siete años. Hacía referencia a las teorías del doctor Brubaker, personaje de la película, según las cuales el marido se volvía especialmente propenso a la infidelidad una vez transcurrido ese lapso de tiempo con su esposa. De haber conocido la existencia de todos los aniversarios antedichos, la productora podía haber sido mucho más fiel al planteamiento y al idioma originales, con una traducción como por ejemplo El picor de la lana (véase párrafo segundo), aun cuando la lana no pegase nada con los protagonistas, o sea, Marilyn y la canícula. 

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