El Cabañal, frente de guerra

El último parte de esa guerra incruenta que se viene librando desde hace más de diez años en torno al barrio valenciano de El Cabañal informa de la admisión a trámite, por parte del Tribunal Constitucional, del recurso interpuesto por el Gobierno contra el decreto-ley autonómico que legitimaba la actividad de la piqueta. De momento se paralizan los derribos, pero siguen los acosos mutuos entre administraciones.

Las azulejerías luminosas y los serenos estucos del barrio pesquero permanecen mineralmente ajenos al fragor que han concitado. Casus belli local, como en todo conflicto las implicaciones van más lejos. Ingresan en el terreno instrumental del conflicto de competencias, pero a nadie se le escapa el activísimo esfuerzo –con decretos y recursos como obuses– que cada una de las partes empeña en el asunto. Sin tener en cuenta Gürtel ni las mayorías absolutas del PP en la Comunidad y en el Ayuntamiento valencianos, quizá fuera imposible comprender el recrudecimiento de las actuales estrategias ofensivas y defensivas, en las que El Cabañal es sólo un frente. Algo ya bien consabido.

Trascendiendo pormenores locales y autonómicos, el conflicto ha llegado a polarizarse y, por tanto, a simplificarse, como si se tratara de la contraposición de dos ideales, y no sólo urbanísticos. Según el bando al que uno se adscriba, la remodelación vendría a ser el triunfo de la modernidad sobre la decadencia, o el predominio del lucro sobre la conservación patrimonial. Llegados a este punto, no es fácil averiguar –y menos para el observador externo– dónde termina la verdad y dónde comienza el infundio cuando se emplea como arma arrojadiza la degradación del barrio, que según unos ya existía y había que atajarla, y según otros, para atajarla se ha inducido interesadamente.

Entre los vecinos de El Cabañal, que son los principales afectados por los vaivenes legislativos y judiciales, hay diversidad de pareceres, según se deduce de los reportajes televisivos y de las discusiones en los foros de internet. Es a ellos y a las administraciones a quienes compete decidir sobre el futuro del barrio. Uno, con toda la prudencia que aconseja el saberse tan poco facultado para ello, opina que en principio la conservación del patrimonio es más aconsejable que su sustitución, aunque también entiende que si se siguiera a ultranza este principio no se hubiese trazado, por ejemplo, la Gran Vía madrileña, de la que ahora se cumplen cien años. Bien es verdad que se trata de casos distintos. Como fuere, lo que urge es un armisticio de las partes, un acuerdo definitivo para concretar qué va hacerse con el Cabañal, y evitar que a este paso acabe transformado en albañal.  

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