Casuística del humo

La ley antitabaco está adquiriendo una envergadura social e informativa más o menos previsible. Como tema de conversación en estos días es de lógica recurrencia, aunque se nos antoja quizá exagerado el tratamiento preeminente que se le otorga en algún medio: Antena 3 emitió el martes pasado un programa con fines terapéuticos para los fumadores, a lo cual nada tenemos que objetar —eso es atenerse al concepto de televisión como «servicio público»—, pero más discutible ha sido su manera de solemnizar la llegada de la ley en cada espacio de noticias, con trasfondo musical de thriller y cuenta atrás diaria, igual que se anticipaba el advenimiento de un nuevo milenio, del euro o de las fallidas olimpiadas madrileñas en 2012. No exageremos. Al doblar la esquina del año no comienza una nueva era; si acaso, podrá ganarse un tanto en salubridad del aire. Dejando a un lado la disputa entre los partidarios y los detractores de la nueva normativa, que no hace al caso aquí, resulta interesante comprobar de qué manera el humo se cuela por los resquicios jurídicos, cómo sobresale por entre los batientes practicables de lo público y lo privado, lo reglamentado y lo alegal, lo interior y lo exterior, la forma y la sustancia, lo real y lo probable. Como bien sujeto a externalidades, el tabaco no sólo produce fumadores pasivos y encendida controversia: también da lugar al ejercicio inopinado de la filosofía. Muestra de ello son las cuatrocientas cincuenta llamadas que recibe de media al día el número facilitado por el Ministerio de Sanidad para solventar dudas sobre la aplicación de esta ley. “El Mundo” del día 29 de diciembre ofrecía varias, tan sobradas de espesura problemática que acaso hayan dejado a algún telefonista inmerso en cavilaciones muy alejadas de su inicial cometido informador: «¿Se puede fumar en los tanatorios?», «¿Y en el balcón del despacho?», «En un club de alterne donde hay habitaciones y chicas, ¿se puede fumar en las habitaciones?». O esta otra, que hubiera entusiasmado a Aristóteles caso de conocerse ya en su época América y, con ella, el tabaco y el cacao: «¿Se va a prohibir la venta de cigarrillos de chocolate?». El humo es inasible con las puertas cerradas de la ley, porque aunque pueda contenerse en su mayoría, siempre habrá una parte que se filtre por debajo, o entre las hojas entornadas de las situaciones fronterizas, y seguirá así describiendo su caprichosa trayectoria. A las disposiciones generales dictadas por la autoridad habría que añadir un extenso anexo con toda la casuística de quienes están marcando el número del Ministerio. Incluso podría convocarse un concurso público para premiar la consulta más ingeniosa. No quisiera incurrir en un caso flagrante de leso sistema respiratorio, pero convendrán conmigo en que el ganador debería recibir, qué menos, su buena cajita de habanos...

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