Chávez contra Chile

En Chile hay cumbres más altas que los Alpes, desiertos más ásperos que el Sahara, prados civilizados donde pastan ovejas merinas, minas de cobre a cielo abierto, viñedos y naranjales, glaciares eternos, estaciones balnearias. Chile nace con las octavas heroicas de la Araucana, se hace inmejorablemente mestizo, acoge a eficaces inmigrantes alemanes, se vuelve occidental sin abandonar el pisco, la quena, su tradicional género textil.

En tiempos menos guerreros, Valparaíso y Viña del Mar resumen con toponimia insinuante unas abundancias que se corresponden con la América pintada en los sueños de esta orilla. Por lo demás, en Chile hay un tanto por ciento manejable de indios mapuches, plazas con nombres de próceres e incluso un par de zapaterías que conviene conocer. En sus pesquerías abundan unos enormísimos bivalvos (“locos”) que se exportan al Japón a cambio de surimi. Según se sabe, fuera de Europa la naturaleza tiende a exagerar, igual que a veces se desquicia la política.

Como lastre de tanta bendición, y al margen de la geografía recreativa, Chile sufre vecindades menos benéficas que el océano Pacífico. Los contenciosos fronterizos con Perú, Bolivia y Argentina ilustran pesadamente los manuales de Derecho internacional y actúan en las relaciones bilaterales mediante oscilaciones entre el despecho y la venganza.

Chile molesta en Hispanoamérica como Israel molesta en el Oriente Próximo, y tampoco falta quien quiera echar al mar a los chilenos. Ejemplo de país apacible y aburrido, el comentario general es que en Chile la diversión se suele verificar en adulterio. Una costumbre más moral es la ortodoxia financiera: sirve para crecer congruentemente mientras el estrellato iberoamericano se lo disputan Brasil, Argentina o México.

En la monocromía izquierdista del continente existen todas las gradaciones posibles entre el Movimiento Pachakuti de Felipe Quispe y la socialdemocracia parcialmente razonable de Ricardo Lagos. Uribe resiste camino del martirio, Toledo tiene suerte porque pese a todo aún respira, Vázquez emite mínimas señales, Lula coge el avión de Porto Alegre a Davos y Kirchner sigue impredecible, ambiguo, oscuro. Es difícil el ámbito de la profecía pero Chávez repite que la revolución va en serio. De momento, él coloca con espíritu tutelar sus alfiles por todo el espinazo de los Andes: Morales y Quispe en Bolivia, la COAINE en Ecuador, el Movimiento Etnocacerista en el Perú.

La dirección espiritual corresponde a Cuba y la próxima estación es Nicaragua. Así se repite por orden geográfico la pesadilla bolivariana, con fondo de música pentatónica, cultivos sagrados de coca y vuelos de cóndores rapaces. A Rumsfeld le preocupa más Chávez cuando compra cien mil kalashnikov que cuando compra mecanos para sus generales, pero lo doloroso es que no haya ninguna pujanza proporcionalmente opuesta al inicuo carnaval bolivariano. 

Al norte de Chile, resulta muy verosímil que Bolivia se despedace. Para Evo Morales, se trata de “hacer otra Cuba”, quizá en peor. Aquí caben como opciones la guerra civil, la revolución quechua-aymara o la deserción incruenta de Santa Cruz y de Tarija. Al final, cualquier saldo habrá que contarlo en muertos: Morales quiere refundar Bolivia, Quispe quiere exterminarla, y ambos coinciden en que también han de guerrear entre sí. Cualquier solución es apropiada para retomar el imperio incaico, borrar el magno intercambio colombino e instaurar la Arcadia en la puna mientras los indios mueren de hambre con la satisfacción de no exportar su gas. Bolivia será otra excusa para el turismo radical a la europea.

Cocaleros armados ya cercan la república más próspera de Hispanoamérica con el aliento financiero de Hugo Chávez. Chile es el demonio capitalista y liberal que estorba por su resistencia pasiva el paso de una democracia aproximadamente representativa a una democracia popular en toda la largura del eje andino.

Se gesta ahora una revolución clásica con figuración abundante de masas menos hambrientas que iletradas, dispuestas a la revancha en el terreno de la historia. Estos movimientos coinciden con una visible anemia política en Chile, con la toma de conciencia de una cierta soledad. Su comercio, sus vinos, sus pesquerías son aún, sin embargo, un modelo practicable de riqueza frente a los que confunden botánica y política, justicia social y la bárbara alegría de las armas. Un cursi diría “todos somos chilenos”, y es verdad.

 
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