Desmesura

Las peculiaridad de la lengua contemporánea es que su creación lejos de desarrollarse a lo largo del tiempo, de forma más o menos espontanea, se desenvuelve de forma dirigida, con sus creadores directos que la imponen con el apoyo de poderosos medios, donde destaca el Estado, transformado en lo que Fumaroli ha denominado Estado cultural.

La neolengua transforma la realidad, sustituye las valoraciones, mediante una dirección ideológica que apenas encubre los directos intereses económicos y de poder que los sustentan.

Es difícil encontrar que es lo más irritante en un fenómeno que llama paz a la guerra, humanitario a la imposición de gobiernos o tolerancia cero a la más radical intolerancia. Pero desde mi punto de vista el record de la desvergüenza interesada se encuentra en llamar pirata a las actividades relacionadas con la reproducción más o menos discutible de objeto s de la industria del entretenimiento o incluso del lujo suntuario. Por supuesto, todo eso se encubre bajo la denominación de cultural, tópico que en el uso desmedido solo se ve superado por solidario. (Admito que ecológico y sostenible no se les queda atrás)

La piratería se relaciona directamente con actos de una brutalidad extrema, de una violencia insuperable. Los piratas matan, violan, exigen rescates, dominan territorios. Piratas son los que retienen y abusan a las mujeres del barco ucraniano en Somalia, eran los que robaban y asesinaban a los pobres refugiados que huían en los botes de Vietnam. Ante la verdadera piratería, que tanto sufrimos en el Mediterráneo o   en el Atlántico el resto de los crímenes palidecen. Las naciones piratas pueden verle la gracia a la actividad y encubrirla con el Corso. Los españoles, aun que tuvimos nuestros corsarios, no podemos tener ninguna condescendencia con la piratería.

Lo sorprendente, lo admirable, lo terrorífico es que quienes velan por sus intereses sin la menor mesura, criminalizando la acción del vendedor mantero hasta extremos muy superiores al mero hurto, investigando y gravando en los momentos más personales de los ciudadanos, mediatizando al Estado como un pobre empleado de sus intereses más directos llamen piratería a acciones sobre las que el Derecho debe dar una opinión mesurada y razonable y que desde luego no tienen absolutamente nada de inmoral. A la vez, por cierto, la acción contra la verdadera piratería brilla por su ausencia y apenas entretiene unos minutos la diarrea legislativa del Gobierno.

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Si eso admite el terrible término de piratería es lícito preguntarse cómo debe denominarse al secuestro de medios, la privación administrativa del acceso a la libre información y actividad en la red, la dirección corporativa, es decir de la corporación de intereses, de la gestión de áreas públicas. Esta ocupación corporativa del Estado, con su Gauleiter escogido de entre las filas de los beneficiados, tiene un nombre clásico más reciente que el de piratería, pero creo que, más mesurados, debemos dejarlo a la imaginación del lector.