Diplomacia con acné

España ha vuelto a ser púber, España se ha retrotraído a los candorosos quince abriles desde que la gobierna una sonrisa zangolotina. Por aquello de no meterse en líos de mayores, Zapatero ha delegado en su galopante sonrisa, el verdadero poder ejecutivo, y le ha dado rienda suelta para que ella decida por su cuenta y riesgo, un poco igual que Calígula quería soltar la rienda de la potestad a su caballo nombrándolo cónsul de Roma. No es lo mismo un caballo que una sonrisa, pero a ver cómo podemos no mirarle el dentado a nuestro presidente regalado –seguro que por Hebe, diosa de la juventud–, si es que no enseña otra cosa.

En la adolescencia el mundo es un vasto dominio por descubrir, de ahí que nuestra política exterior se haya despojado de resabios y adherencias adultas para volver a abarcarlo con ojos nuevos y primeriza ilusión. Zapatero y Moratinos, como dos hermanos jóvenes de espíritu, o más bien como dos jóvenes primos –por la diferencia de edad: el primo menor y el primo mayor– han emprendido un viaje iniciático en el que están conociendo muchas tierras y muchas gentes famosas. A veces da la impresión de que no acaban de creérselo y necesitan que su mamá se lo ratifique:

-Que sí, Moratinillos, hijo, que estás hablando con Miss Rice, pero no le des mucho la tabarra, que parece que tiene prisa. –Y el ministro se engalla, y a la vuelta del viaje se pone una y otra vez el vídeo con el encuentro de cuatro minutos, y se ve mirando con una mezcla de orgullo y rubor a las cámaras, porque quiere asegurarse de que en efecto están inmortalizando las confidencias de los dos mientras están así, tan juntos, aunque ella aparente frialdad, pero seguro, piensa, que en el fondo gratamente sorprendida por su facundia y quién sabe si algo enamoriscada de un bigardo tan gallardo como él.

Y la mamá de Zapatero:

-Que sí, tesoro, que Mister Bush te está dando la mano y te está diciendo “amigo”, pero no le entretengas demasiado, que va a saludar a Berlusconi. –Y el presidente se siente henchido, y a la vuelta del viaje se lee una y otra vez la crónica de la prensa colega, que dice claramente, sí, sí, literal, que “George Bush se acercó a Zapatero para saludarle”, y no dice nada de que tuviera que pasar por allí obligatoriamente para dirigirse a su puesto ni tampoco que Blair estuviese, como estaba, en el mismo corrillo. Es evidente, piensa Zapatero, que a pesar de mis niñerías este hombre me aprecia, porque tiene miga que llame “amigo”.

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España ha vuelto a sus años mozos y quién sabe si, en un acto de rebeldía juvenil, en vez de cumbres acabaremos celebrando botellones al más alto nivel. Molaría.