Sin Educación, nada

No se trata de libertad de expresión. Es, simplemente, educación. Eso es lo que nos falta. Educación, señores, un poquito de educación. Y un poco de respeto. No a éste o a aquél, sino a todos. Un poquito de respeto a todos. Nuestra libertad debe ser la de todos, no la de unos pocos que abusan de ella y, por tanto, de la de los demás. A nadie se le escapa que en España sufrimos un grave problema que cada año se ensancha más: algunos desalmados, que en el fondo guardan dentro un alma profundamente totalitaria, disfrutan aprovechándose de lo exageradamente escrupulosos que se vuelven muchos demócratas al mencionar las palabras “libertad” y “derechos”.

Libertad sí, derechos también, pero sin hacer el payaso. Porque la libertad no es el final. Este mar de la libertad también tiene sus orillas. De lo contrario, se negaría a sí misma. Lo escribo así, con metáforas marineras y un tanto horteras, para que lo entiendan también los cursis que nos gobiernan, y quienes ejercen la oposición desde el pedantismo de escaño, grave enfermedad sin cura conocida.

Me resisto a concentrar el asunto en la polémica artificial de la revistilla El Jueves. Lo de El Jueves es sencillo. Puede que hace quince años tuviera un buen hueco en el mercado una revista así, pero ahora las cosas hay cambiado. Hoy esos dibujitos de mal gusto que distribuyen un conjunto de provocadores profesionales y pseudo humoristas, y que consumen adolescentes tardíos, pueden encontrarse en cualquier cuchitril cibernético. Y mucho más barato. E incluso con más gracia. No hay más que observar sus cifras de difusión: esa revista que se dice “satírica” no cesa en su caída de popularidad desde hace diez años. De su tirada de 165.789 ejemplares en 1994, con 121.082 como promedio de difusión no queda ni rastro. Hoy, según los últimos datos disponibles en la web de OJD, su promedio de difusión llega a duras penas a los 73.454, y su tirada de 124.529 ejemplares –aunque valiente- no logra disimular el precipicio de su derrumbe. Con un panorama así sólo era cuestión de tiempo que intentaran una operación como la de esta semana. Una operación comercialmente interesante, pero rastrera y miserable desde cualquier otro punto de vista.

Tras la polémica, los responsables de la revista han tenido una ocasión de oro para reconocer su posible error. Lejos de plantear esa posibilidad, borrachos de soberbia –que no de éxito-, confiesan entre prepotentes risas que les han llamado “groseros”, cosa que les hace mucha gracia. Lo cierto es que el “secuestro” de El Jueves resulta tan evidentemente contraproducente que cabe sospechar cuáles son las intenciones reales del secuestrador. No me extenderé en las dudas que se presentan en este planteamiento, porque ya las ha expuesto con maestría y acierto Francisco Javier Elena en su artículo -“Un secuestro... ¿de inspiración republicana?”- publicado el pasado martes en la tribuna libre de El Confidencial Digital.

Algunos han salido a toda prisa a hablar de libertad de expresión. Los de siempre. Lo confunden todo. No se les ve nunca cuando hay que defender valores visiblemente honestos: no salen a defender a las víctimas de los atentados de ETA, ni a perseguir el fraude objetivo, ni a defender la libertad de los desfavorecidos, los pobres, los marginados. No. Salen a defender a los humoristas sin programa, a los actores resentidos y oportunistas que se “cagan en la puta España” en la televisión pública catalana, y a ese tipo de personajes que hacen que millones de españoles se avergüencen, más o menos cada dos semanas, de compartir nacionalidad con semejante rebaño.

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Urge redefinir y matizar nuestro concepto y marco legal de libertad de expresión. De manera especial en los medios de comunicación, pero también en la música -¿es correcto y legal justificar y alentar el terrorismo dentro de una canción?-, la literatura y las artes. En la libertar de expresión se presuponía el buen gusto, el respeto a la libertad de los demás, la cortesía. Valores puramente humanos hoy en alarmante declive. Cuando se da luz verde a la libertad de expresión se esperan todas esas cosas, del mismo modo que se presupone que un nuevo cargo político, por ejemplo, no se hurgará en las narices antes de saludar a la reina en el acto de su investidura.

Antes, no hace tanto tiempo, la libertad de expresión encajaba mejor. Había educación, prudencia, valores humanos y cívicos. Respeto. Hoy esos valores están en crisis y el futuro no pinta mejor. Poco podemos esperar de una sociedad a la que sus gobernantes han obligado a cambiar la Educación con mayúsculas por la “educación para la ciudadanía”, un catecismo ultra laicista, socialista, manipulador y masónico cuyos contenidos de fondo bien podrían resumirse con la ilustración de portada de El Jueves.