Enfadaditos

Me he acordado de todo esto viendo el saludo de Zapatero a Bush. Bueno, más bien al revés. Si hubiera que detener el instante mágico en un lienzo, le pondría por nombre “Encuentro entre el Rey León y Bambi”. Ese saludo cálido, educado, y afectuoso, que podría batir el récord del mundo de los saludos cálidos, educados y afectuosos. Una marca importante en la selva. Uno los ve desde aquí, desde abajo, y prefiere no pensar en las razones. Yo al menos prefiero reírme. Pero entre risa y sonrisa, se me ha venido a la cabeza la escena de otros enfaditos quizá menos justificados, pero que llaman más mi atención.

Han pasado veinte años y no se han vuelto a hablar. Si coinciden en un acto, en un concierto, en un mismo recinto, se dan la espalda. Aprovechan cualquier ocasión de poner verse al otro a sus espaldas, y el otro al uno. Se disparan a matar. Cuentan cosas que ni siquiera son del todo ciertas. Guardan una lista de agravios que bien podría parecer la de dos preescolares. Me he acordado de varios casos y está claro que no son episodios aislados en nuestra música: algo falla cuando un alto porcentaje de grupos terminan así con el paso de los años.

Parece que cuando nos encontramos a unos tipos como los Hombres G o como Los Secretos nos quitamos el sombrero, pero no sólo por su larga carrera musical, sino por haber logrado prolongar tanto en el tiempo una relación profesional exitosa y fructífera. Y es cierto, grupos así, lamentablemente, son una excepción. Aunque no siempre el enfado es inmenso. No siempre es visible. A veces las guerras se declaran mirando a los ojos, y otras no. Otras se hacen a base de puñales y espalda. Ya saben, yo pongo los puñales y tú la espalda. Así pasan los años, y, en muchas ocasiones, sus fans sufren las consecuencias de la ridícula actuación de los miembros de un grupo que se ha desvirtuado por dejar de ser eso, un grupo. Pienso en tantos casos así…

Es difícil analizar las causas y resultaría bastante imprudente por mi parte tratar de generalizar. Pero hay un elemento que suele estar presente: el ego. El grupo es como una gran máquina, donde cada pieza es indispensable. Es necesario que cada una cumpla exactamente su función, la que sabe hacer, la que siempre ha hecho. No pretendo negar la evolución natural de cualquier banda artística, ya saben a qué me refiero. Cuando alguna pieza quiere salirse de su lugar y ganar protagonismo, o perderlo, aumentar injustamente sus beneficios económicos, o cambiar radicalmente su misión, todo se desajusta. Si la pieza se sustituye puede que la máquina pueda seguir funcionando, pero nunca estaremos ante la misma máquina. Y es que nunca estaremos ante el mismo grupo.

A veces, por cosas del azar y del talento, todo mejora cuando hay una ruptura. Otras veces, los que quedan en el grupo tras la separación se empeñan en tratar de demostrar que son exactamente lo mismo, y se equivocan. A veces son los mismos fans, o los periodistas, los que nos empeñamos en hacer creer al mundo que el grupo sigue siendo el mismo, aunque su cantante, su guitarrista principal o su compositor hayan volado lejos ya. Es triste ver cómo terminan a veces. Mucho ganaría la música española –y muy felices serían varios miles de fans- si algunos artistas ejercitasen de vez en cuando la virtud de la humildad. Domesticar el ego, a veces, es la clave del éxito. Sobre todo cuando hay talento por el medio. El talento es un arma de doble filo.

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Uno de los grupos más longevos del pop español me daba la clave hace poco: “¿Nuestro secreto? Reírnos de nosotros mismos… nadie puede creerse más que el otro porque, según nuestra forma de ser, resultaría ridículo a los ojos de los demás”. Su testimonio cobra más valor aún porque va acompañado de una sólida e intachable biografía.

A pesar de todo, no creo que mis palabras de hoy sirvan de mucho, pero, aún así, envío mi reflexión a todos aquellos que se encuentran en esta situación. Sé bien que varios de ellos me leen, porque me lo cuentan a menudo. Y yo no suelo hablarles de esto cara a cara, por no molestar. Pero ahora es diferente. Escrito aquí suena de otra manera. ¿Por qué no tragarse el ego un día? ¿Por qué no probar a juntar a la banda como antaño, cuando sonabais como lo que realmente sois? Por los fans, por la música y por una noche. Porque al fin y al cabo poco le importa a la historia de la música vuestra estúpida discusión, vuestras absurdas diferencias. Si al final –y salvando casos concretos-, a pesar del barullo y de las grandes consecuencias, lo que asoma de fondo son cosas vulgares. Cosas de niños.