Escandalito

En un funeral encontró un buen amigo a una autoridad académica que le había hecho, o al menos eso creía él, una faena tremenda. Me comentó que el preboste le había mirado con muy mala cara. ¡Nunca me perdonará la faena que me ha hecho! Me comentó compungido.

Algo así le sucede al Partido Socialista Obrero Español con las víctimas de los crímenes que realizaron sus militantes durante el periodo del Frente Popular. Para vender los carteles naif de las elecciones de la Transición, o bien siguen la táctica felipista de la ruptura histórica, el mito de la reconciliación, o bien deben falsificar la historia construyendo un relato filo terrorista donde los asesinados por la peculiar combinación de policías y milicianos deben aparecer como unos canallas. El difícil enmascarar como excesos populares los actos que realizan destacados militantes de un partido gubernamental saliendo desde la Dirección General de Seguridad. Es muy complejo hablar de una democracia donde la policía detiene y asesina a uno de los jefes de la oposición parlamentaria, más aún explicar la peculiar combinación de hombres de partido y policías leales que practicaban los desmanes.

El relato, como mínimo, siembra dudas sobre el régimen ideal que ha descrito el zapaterismo y sorprendentemente redimensiona la transición como intento de reconciliación entre los españoles, intento que ha sido puesto en solfa en los últimos ocho años.

Por eso el escandalito que se está montando cuando escribo estas páginas sobre el reportaje en Telemadrid acerca del asesinato de José Calvo Sotelo no busca sólo censurar el debate sobre lo que paso en nuestra Nación hace 75 años, sino que trata sobre la censura y visión unilateral que desde la legislación zapateriana se nos ha impuesto. De nuevo no discutimos sobre los hechos del pasado sino sobre las libertades del presente.

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