Escenarios por doquier

Desde hace un tiempo, sin que pueda precisar exactamente cuánto, me resulta llamativa la ubicuidad latosa en el lenguaje periodístico de esa palabra de moda que repiten en sus tertulias los contertulios, en sus noticias los noticieros, en sus crónicas los cronistas, en sus columnas los columnistas y en sus análisis los analistas. Me refiero al verbo escenificar y a los sustantivos de su familia léxica escenificación y escenario, que llevan camino de convertirse en verba omnibus o palabras para todo. ¿Verdad que ustedes también se han dado cuenta? Últimamente todo se escenifica. Sharon y Abu Mazen escenifican un principio de acuerdo para la paz. Condoleezza Rice y Jacques Chirac escenifican el acercamiento entre Estados Unidos y Francia. En nuestro país, Ibarreche escenificó la semana pasada su plan en el Congreso. Inmersos como estamos en la campaña electoral para el referéndum europeo, socialistas y populares escenifican el sí, mientras comunistas y esquerristas escenifican el no. Todo acto con proyección pública, todo posicionamiento expuesto a la comunidad, toda cumbre con acuerdo o sin acuerdo no es más que una escenificación. Ítem más. Para el presente ya no hay situación, coyuntura o circunstancia: hay escenario. Para el futuro no hay posibilidad, expectativa ni esperanza: se abre un nuevo escenario. Volviendo a los ejemplos anteriores, el periodista comodón dirá que se ha abierto un nuevo escenario –no que se retoman los esfuerzos– para la pacificación de Oriente Próximo; que se abre un nuevo escenario –no que se vislumbra una mejoría– para las relaciones transatlánticas; que se abre un nuevo escenario –no que puede haber variaciones sustanciales– para la convivencia nacional; que se abre un nuevo escenario –no que se da un paso importante– para la construcción de Europa. Hay palabras y expresiones que se difunden con gran rapidez porque con ellas se busca un determinado efecto. Es el caso del ya manidísimo fashion como adjetivo, que no significa exactamente moderno, original o desenfadado, sino una mezcla de los tres, unidos en un anglicismo que suena urbanitas y joven. El éxito que han tenido escenificar y sus parientes léxicos no parece deberse a lo punteros que resultan, sino a lo abarcadores. Satisfacen la ley del mínimo esfuerzo y además no suenan mal del todo. Para qué devanarse, pues. A un nivel más profundo que el de la pura utilidad, el empleo constante de esta metáfora puede responder a que, como escribió –y escenificó– Calderón de la Barca, el mundo es un gran teatro. Claro que aquella obra era un auto sacramental, dotado de la seriedad y la altura del concepto encarnado en personaje, y este mundo nuestro suele parecerse más a la farsa, que de todos modos también es teatro. Como quiera que sea, ahora que ya he escenificado en este escrito mi protesta por el abuso noticioso de las escenificaciones, echo aquí el telón y hago mutis hasta la próxima semana.

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