España en bolas

La hispánica es una corrala que se retrata a sí misma de cintura para abajo. Aunque no sé (con tilde crítica y diacrítica) de qué me extraño cuando a estas alturas del folletín me sigo sorprendiendo al constatar el morbo enfermizo provocado por la foto equívoca de Ibrahimovic y Piqué.

Lo de menos es que se trate de un burdo montaje (en cuyo caso el sinvergüenza que está haciendo caja debería acabar en Alcatraz), o que dos mendas pudieran estar acarantoñados como cualquier cortesano de polvera y peluca a rulos retozando en los jardines de Versalles. Lo de más y más preocupante, es que haya tanto retrasado intelectual a quien le pueda poner cachondo un chisme braguetero ajeno.

Por suerte, el fútbol, como significa Maldini, es mucho más que «hombres anuncio y metrosexuales con botas». Es mucho más que hombres travestidos de "prima donnas” a los que tanto detestaba, aun no siendo misógino, Feola, el seleccionador brasileño en el Mundial de Suecia del 58 que consagró al adolescente Pelé. Es mucho más que el premonitorio spot televisivo en blanco y negro de un Di Stefano transexuado, luciendo medias, que tanto escandalizó a la cejijunta, acomplejada, reprimida y oprimida España de Franco, y que andando el tiempo se convertiría en el antepasado remoto de Fredik Ljungberg, el telegénico jugador de la selección sueca y del Arsenal promocionando, como Fernando Verdasco, calzoncillos de Calvin Klein, marcando tatuaje y paquete.

Parecíamos haberlo visto todo cuando don Alfredo, en el pináculo de su gloria, confesó que de haber nacido mujer, hubiera usado medias Berkshire. Entonces, los directivos del club de Chamartín agarraron un cabreo antropomórfico cuando vieron, escandalizados, el anuncio por televisión. Hoy, el mismo negocio presidido por Florentino es el que toma la iniciativa lanzando una colección de lencería macarra con el escudo del Madrid bordado en las partes pudendas de calzoncillos, bragas y sostenes. ¡Al tiempo! después de semejante ocurrencia, no es de extrañar que el próximo bombazo comercial sea una línea de preservativos para evitar preñados de penalti.

¿Quién le iba a decir al hispano-argentino que acabaría sentando cátedra fuera de la catedral del estadio como precursor de bodegones publicitarios con la estética equívoca de Pirlo, Gatusso, Cannavaro y Zambrotta, embutidos en ropa interior de Dolce&Gabanna, rivalizando con el torso apolíneo de El Discóbolo de Mirón, con las espaldas más anchas inclusive que las de Platón?

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¿Quién le iba a decir a La Saeta Rubia que acabaría siendo la prehistórica versión en feo de “Il bello” Paolo Maldini, Il Capitano, convertido en cabeza de cartel de la penúltima colección de invierno de la fast fashion escandinava H&M, poco antes de decir adiós al fútbol en 2009, después de 41 años habiendo sido algo más que un futbolista, pues él ha sido el fútbol?

Nadie imaginó entonces que el octogenario presidente de honor del Real Madrid sería el rudo predecesor de David Beckham, la joya en declive más preciada de la mercadotecnia del “Teatro de los Sueños”, «una valla publicitaria con piernas», el publicista más prolífico de los denominados Ferguson babes, la «pop star» más reinona de todas las estrellas del firmamento, un hombre tan guapo –a decir de Maradona-, que parece una mujer; el mismo que animado por su amadísima esposa la Spice Girls Victoria Adams, cambió el estadio de Concha Espina por Sunset Boulevard, tras sucumbir a los incontables ceros a la derecha de un contrato de cine en Los Angeles Galaxy, el fracasado equipo de moda de la Mayor Soccer League norteamericana.

Los tiempos han cambiado, y también las claves de la bacanal. ¿Qué sería de la concurrida confitería del Bernabéu sin las exhibiciones de pectorales de Cristiano, el adonis níveo? Ahora resultaría inconcebible un baranda sin los abdominales-tableta bañados de chocolate blanco, la cartera rebosante de billetes binladianos y la cabeza convertida en un nido de pájaros tordos, zumbones como las maracas de Antonio Machín.

Por suerte, el fútbol es algo más que los falsos camilleros de Tres de la Cruz Roja (Toni Leblanc, José Luis López Vázquez y Manolo Gómez Bur), que se apuntan de voluntarios para poder entrar de gorra en el Bernabéu, los muy pícaros. El deporte es algo más que la crónica rosa de una futilidad. Su apariencia visible es la política. Y su quintaesencia el secreto mejor guardado bajo la mirada de pértigo de la zarina Yelena Isinbayeva y en las «manoletinas de braga» de Sharapova, la «princesa del tenis mundial con el talle más esbelto e inverosímil» que soñáramos nunca Vladimir Nabokov, Umbral que estás en los cielos, y un servidor que no tiene ninguna prisa por hacerle compañía al maestro (…) porque, como cayó en la cuenta, Andrés Montes (in memoriam), «la vida puede ser maravillosa».