España descabellada

Por surrealista que pudiera parecer, el Tribunal Constitucional ha clavado al toro de Osborne el estoque en la cerviz, matando de descabello a la Constitución del 78 a costa de la dichosa sentencia estatutaria. El independentismo de la Catalonia anti taurina del 3% tiene contraída una deuda impagable con Caperucita Roja. Suerte que El Cid, metáfora alegórica de Castilla, toreó en la Monumental la que puede haber sido la última corrida sin condón sanitario antes del coitus interruptus hispano-catalán.

Como la cabra que tira al monte, André Breton acabó poniendo el surrealismo al servicio de la revolución bolchevique de su camarada Trotsky, el mismo que organizó el golpe de Estado de 1917 y jodió bien jodidos a los rusos hasta la eternidad de la serpiente que simbólicamente se devora a sí misma comenzando por hincar el diente a su propia cola.

93 años después, el surrealismo es, como la Nación para Zetapé, el insomne Presidente Campeador (¡Lástima de hijo, que no me duerme! –ha confesado al diario El País), un concepto discutido y discutible, traicionado por sus digresiones semánticas, que como su antecedente dadaísta bien pudiera aplicarse a una resolución que no hay por donde cogerla, por buena voluntad que ponga uno en el envite, quizás porque sus redactores se la han cogido con papel de fumar.

También es casualidad que el Festival de Teatro de Almagro haya echado el telón de su 33 edición con La fiesta de los jueces, una adaptación que ha hecho Ernesto Caballero de El cántaro roto de Heinrich von Kleist, que ridiculiza hasta el extremo de la comedia bufa los desmanes de la judicatura en tiempos del Impero Austrohúngaro.

Sin tremendismos de ninguna clase, analizado en frío el petardazo del TC, estoy con Felipe Sahagún cuando argumenta que la sentencia sibilina deja herida de muerte la Constitución y consagra un nuevo modelo de Estado, que supera con creces los límites de las fórmulas autonómica y federal, para situarse abiertamente entre el sistema confederal y la independencia de sus partes.

Por eso, me rulo de la risa Ramblas abajo cuando doña María Emilia Casas se afana en recordarnos que el Tribunal Constitucional es «el intérprete supremo de la Constitución», cuando lo cierto es que en adelante cualquier verificación constitucional debiera hacerse, no tanto a la luz de la Constitución sino del Estatut.

Por eso, me entra la risa floja cuando leo en el periódico de cabecera de la bancada socialista un artículo escrito a cuatro manos por la ministra Chacón y el ex presidente González (según parece, padrino-valedor de la candidatura de la próxima secretaria general del PSC, tan pronto como Montilla se estrelle en las urnas), diciendo de Cataluña que es «uno de los sujetos políticos no estatales, llamados naciones sin Estado». 

Por una vez y sin que sirva de precedente, alabo en el sentido de la oportunidad al Rey Juan Carlos por tener la ocurrencia de pedirle al apóstol Santiago, Patrón de España (o de lo que queda de ella), que ilumine a nuestros políticos (“sin luces”, de Bohemia), porque está España tan de pena y es tal la necesidad de creer (como diría Carl Sagan), que esto sólo lo arregla un milagro.

Querido Pepe Bono, siendo como son los de tu partido unos rojeras ateos sin propósito alguno de enmienda, ruega tú por nosotros por si aún es posible evitar el Infierno. ¡Que Dios nos coja confesados con estos barqueros de Caronte!

 
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