Esperanza

Educación para la Ciudadanía es una asignatura intelectualmente decadente, fruto de un gobierno intolerante, que sólo podría ser asumida alegremente en una sociedad moralmente atrofiada y adormecida como la nuestra. Una asignatura con un temario delirante, cuyos manuales son el vivo reflejo de la manipulación ideológica. De hecho, son realmente manipulación ideológica de mentes inocentes, sin la formación, ni los recursos intelectuales suficientes para combatir esa ristra de bobadas introducidas con calzador entre las disciplinas obligatorias de los jóvenes españoles. Una asignatura que además es artificial, hortera y dogmática en las mismas proporciones. Digna de cualquier dictadura de tres al cuarto.

Con todo, lo más grave no es el repugnante contenido de su temario, sino la violación de derechos constitucionales que certifica su imposición, ahora parcialmente aplaudida por el Supremo, en lo que podríamos considerar un sentido homenaje a Montesquieu, gran futbolista francés. Con la Constitución Española en la mano, artículo 27.3: “Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”. Por este artículo miles de padres se han aferrado a la objeción de conciencia ante una EpC cuyos contenidos no concuerdan con “sus propias convicciones”. Pero los jueces, de momento, se han sumado al coro oficial y han despreciado la posibilidad de que los padres y alumnos que no quieran cursarla tengan derecho a acogerse a esa objeción.

EpC es una materia que manosea, impone y tergiversa a placer en el terreno de las convicciones morales más profundas del individuo. En cierto modo, facilita al jovencísimo alumno un listado de las cosas que están bien y de las que están mal, siguiendo fielmente el criterio de Zapatero y su gobierno, pero pasándose por donde la espalda comienza a desvanecerse la opinión de los padres de las criaturas. Es una asignatura que pretende arrebatar ideológicamente a los niños de los brazos de sus padres y aposentarlos en las zarpas del Estado. Una especie de secuestro moral de carácter oficial. Todo “por su bien”, faltaría más. Un abuso, en cualquier caso.

Cuando una sociedad democrática cae enferma y el virus del relativismo anula todo aquello a lo que los ciudadanos pueden agarrarse dentro de la ley, sólo hay una solución fiel a la legalidad: el individuo. Cuando el Estado muere para quien no piensa como el Estado, sólo queda aprovechar la parcela de libertad que aún no ha sido usurpada por los poderes públicos. Esos poderes que hoy en España están menos divididos que nunca. Y es en esa parcela de libertad, donde cada individuo ha de cargar con el arduo compromiso de rebelarse contra la injusticia oficial, contra la imposición ideológica, contra la manipulación y el abuso de poder de una clase política que cada día nos trata más como súbditos, como esclavos de sus caprichos y ambiciones personales, y menos como ciudadanos libres, como personas.

Esa parcela de libertad, para muchos, es la familia. Pero para otros será simplemente el metro cuadrado que les rodea. Da igual. Desde ahí, desde ese lugar, conviene batallar con la razón, para construir de nuevo todo aquello que derrumba el Estado con imposiciones como la que hoy nos ocupa. Ningún gobierno democrático puede resistir eternamente en el error ante una rebelión cívica constante, fundamentada en la razón y políticamente desinteresada.

Es cierto que sin equilibrio ideológico en los medios, sin división efectiva de poderes, sin una alternativa al Gobierno sólida, capaz de hacer una oposición firme y sin complejos, sin una educación de calidad, sin el aliento de una nación unida, y sin herramientas democráticas proporcionadas para defenderse de los envites de los liberticidas, hay poco espacio para la esperanza. Sin embargo, mientras existan ciudadanos dispuestos a defender lo que les pertenece, la victoria está garantizada. Es cuestión de tiempo. La libertad individual no es algo negociable. Y la educación en libertad, tampoco. Así que lo lamento por los impulsores de la asignatura: no ha nacido aún el masón capaz de doblegar a un grupo de ciudadanos fielmente comprometidos con la batalla por recuperar los derechos y libertades que les pertenecen.

 
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