Exactamente

Ha debido sentarme mal el yogur de piña de la cena. O quizá he vuelto a golpearme en la cabeza con la puerta del armario del baño. Inconsciente, tal vez, deliro. Sueño. Verán. Me levanto hoy como un día cualquiera. Abro las ventanas. El sol discute tibiamente con las brumas matinales. La primavera aviva con suavidad el verde de los árboles de la calle. Las ramas de uno de ellos parecen formar la palabra “paz”. El viento, al mecer sus hojas, susurra una canción de amor. Hace una mañana tan bonita, que me dan ganas de afiliarme a Greenpeace. Con el desayuno, el periódico. Y de pronto, la sorpresa. Leo en El País que el gobierno del PSOE, comandado por Zapatero I El Pacifista, ha entrado en guerra con Libia. Desconcierto. Mojo la tostada en el vaso de zumo y le pego un sorbo al tarro de mermelada. Me froto los ojos. Cierro el periódico. Vuelvo a abrirlo. Leo lo mismo. Cierro de nuevo. Pulso F5. Suspiro. Abro de nuevo. España en una guerra. Zapatero en guerra. Leo más y entiendo menos.

Asustado, enciendo la televisión. Allí está Carmen Chacón, junto a otros ilustres socialistas que hicieron carrera política con su férrea oposición a la guerra de Irak. Ofrecen detalles sobre la ofensiva bélica que acabamos de poner en marcha junto al ejército francés y junto a otras conocidas fuerzas armadas de la paz y la fraternidad. Francia desmiente que los aviones aliados estén arrojando tiritas, aspirinas y poemas de Bécquer sobre Libia, y confirma que están lanzando bombas, de las que explotan, rompen todo, causan incendios, y matan a la gente. La ministra Chacón, que maneja el lenguaje militar con la misma soltura con la que yo podría encender un cigarrillo con un Tomahawk, dice que España está enviando aviones y barcos de guerra. Cerca de 500 militares de nuestro ejército. Don José Blanco, exaltado como en los tiempos en que era Pepiño a secas, grita que nuestro país va a liberar al pueblo libio del hortera esquizofrénico que lo oprime. Lo de “hortera esquizofrénico” es traducción libre mía,  imagino que sus palabras exactas serían “hortera masivo” y “esquizofrénico masivo”.

Desconcertado, busco a Iñaki Gabilondo y a los demás pacifistas en la CNN+, y me salen Brando y Brenda paseando sus cochazos por Beberly Hills, y recordándonos la extraordinaria levedad de la estupidez preadolescente. Divinity TV o algo así. Ya no somos nadie. Salto de canal en canal y no logro encontrar ese despliegue de programas especiales con el que todas las cadenas siguieron la guerra de Irak desde el primer minuto. Busco Carrusel deportivo, Caiga quien caiga, y el resto de programas amigos, y nadie me convoca para tomar la calle. O se han ido, o están callados. De pronto, en uno de esos canales de la caverna reaccionaria, escucho al Presidente de los Estados Unidos, nuestro Barack Obama, prestando su apoyo militar a lo que llaman “Amanecer de la odisea”, que es el nombre que le han puesto los ordenadores del Pentágono a la ofensiva, pensando en llevarla a la gran pantalla dentro de un par de años, que algunos no dan puntada aleatoria sin hilo. Pero no puede ser. ¿Tú también, Obama? Petróleo, imperialistas, fascistas. Me brotan las palabras desde la nuez y los argumentos me revuelven el estómago. Apago la televisión y miro al cielo. Hay que actuar, me digo. Vamos.

Preso de la irritación, desempolvo las pancartas de antaño, y me planto en la calle Génova al grito de “¡asesinos, asesinos!”. Corto el tráfico, levanto mi gran pancarta y comienzo a botar coreando “¡asesino el que no bote!”. Nada. Debo estar rodeado de asesinos. Suenan bocinas y varios coches están a punto de atropellarme. Pruebo entonces con los clásicos “¿dónde están, las bombas de Gadafi?”, “Paremos la guerra imperialista”, y por supuesto entono el “¡no a la guerra!”. Nadie me acompaña en los cánticos. Vuelvo la vista atrás y compruebo con asombro que estoy solo. Nadie me sigue. No están los Bardem, ni Zerolo, ni Wyoming, ni el ministro Sebastián, ni Almodóvar. Pasan las horas. Nadie. Silencio absoluto.

Desolado, regreso a casa cabizbajo. Tiro las banderas sobre la silla de la entrada. Me quito la pegatina. Me siento. Enciendo de nuevo la televisión. Y veo esas imágenes de los bombardeos y de los partidarios de Gadafi. Me quedo literalmente pegado al sillón cuando escucho a Trinidad Jiménez en Antena 3 Televisión: “No estamos exactamente en una guerra sino en el cumplimiento de una resolución de la ONU”. “Exactamente”, dice la ministra socialista. “Exactamente”. Me rasco la cabeza. Creo que ya lo entiendo todo. El gobierno. Que no está la derecha en el gobierno. Que no está la izquierda en la oposición. Que Gadafi es un asesino loco, mientras que Sadam sólo era un genocida. Que el blanco ahora es negro. Que estos son mis principios y si no le gustan tengo otros. Que estas bombas están amparadas por la ONU y que, por tanto, no matan a los civiles, sino que cuando parece que van a impactar con ellos, los driblan, y se empotran contra tanques militares de Gadafi. Que somos todos un poco sinvergüenzas. Y que tenemos unas tragaderas enormes, por las que pasan holgadamente veintisiete palacios de Gadafi. Uno detrás de otro. “Exactamente”.

 
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