Excelencia

Ya hay una nueva escaramuza en torno a la educación. El gobierno regional madrileño ha sugerido la creación de un denominado Bachillerato de excelencia, y la plaza pública se ha llenado de sacos terreros argumentales para defender la inviolable igualdad. Desde el ministerio de Gabilondo, el secretario de Estado correspondiente, Mario Bedera, tacha el modelo de segregador, alerta del posible surgimiento de guetos y concluye afirmando: «Me extraña que las familias entren en algo tan peculiar». Hay quien tiene muy bajo el umbral de la extrañeza.

Da igual de dónde haya surgido la propuesta –en este caso de un ejecutivo con tintes liberales, sí–: merece un intervalo de reflexión más largo que el concedido por sus detractores. Estos suelen ser los mismos que rechazan no ya las alternativas, sino los simples retoques al modelo educativo vigente. Lo conciben como un todo indivisible, amarrado, operativo pese a sus defectos. Cualquier desvío de la línea trazada conlleva el riesgo de que colapse el sistema entero de inclusión.         

A la sugerencia de reducir la edad de escolarización obligatoria responden que no, porque acaso se cercenan futuros antes de tiempo. A la posibilidad de que existan centros con educación diferenciada dicen que tampoco: los chicos con las chicas tienen que estar. ¿Colegios privados? Cuantos menos mejor, que perpetúan las diferencias de clase. ¿Atenciones especiales para los alumnos con mejores resultados? Para qué, si ya tienen la suerte de ser los listos de la clase.

Pues bien, la propuesta del gobierno madrileño se mueve dentro de los límites establecidos como idóneos: ni promueve desamparos tempranos, puesto que nada dice de modificar la ESO, ni socava la educación mixta, ni pretende favorecer a nadie según su nivel de renta, porque este programa de Bachillerato de excelencia se desarrollaría en el seno del sector público. Pero ¡cómo no se les ha ocurrido a los socialistas una idea que hubiera debido salir de sus filas!

Hay un parecer muy interesante al respecto de que unos cuantos chavales con nota media de ocho para arriba tengan su propio instituto. Juan Manuel Moreno, experto en educación del Banco Mundial, afirma que el resto de centros entenderá que «su función en el sistema es ser mediocres». En vez de esforzarnos por estar –o por que estén nuestros hijos– entre esos pocos alumnos selectos, mejor que  los más válidos sigan dispersos y, si es posible, desmotivados. Con un revoque progresista, el experto da así por buenos nuestros dos peores defectos atávicos, el de ser envidiosos y el de ser indolentes. Para qué pedir más.

 
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