Gracias, Juan Pablo II

Santidad, gracias en primer lugar por haber encarnado en su vida y hasta el mismo momento de su tránsito al cielo ese estadio que es tan costoso para el común de los mortales. Me refiero al adjetivo, a la palabra que más comúnmente se usa para dirigirse al Papa: Santidad. Usted ha sido un santo y espero y deseo que muy pronto sea reconocido oficialmente como tal por la Iglesia y lo podamos venerar en los altares. Usted ha sido un hombre de Dios, profundamente piadoso, rezador hasta decir basta.

Gracias también por su entrega, por su fidelidad a la importantísima misión que Dios le confió hace veintisiete años. Usted ha muerto, perdóneme el uso de la expresión coloquial, “con las botas puestas”. Me imagino que en estos últimos tiempos habrá acogido, con esa sonrisa bonachona que tenía, esos debates absurdos que algunos han querido suscitar en torno a si usted debía dimitir y dejar paso a otro, sin entender que un Papa no dimite.

No lo hace, no por cuestiones legales o jurídicas, sino por un puro y simple enfoque de vida. Usted ha venido a servir y a no ser servido. Usted ha querido estar abrazado a la cruz de Jesucristo hasta el último instante y eso, Santidad, ha sido un ejemplo brutal para muchos, una bofetada estimulante para una sociedad que huye despavorida de todo lo que suene a dolor, a sufrimiento, a renuncia, a entrega.

Gracias por la claridad y la firmeza en la defensa de los valores esenciales que Jesucristo transmitió a su Iglesia. No le oculto que siempre me han producido desprecio esos “clichés” llenos de superficialidad de algunos colegas periodistas, incluso de algunos que se denominan “teólogos” y que no saben una palabra de nada, que resumían su Pontificado de la siguiente forma: “conservador en la moral, progresista en lo social”.

Usted ha defendido, entre otras muchas cosas,  el derecho a la vida desde el primer momento de la concepción; ha defendido el matrimonio entre un hombre y una mujer; la familia como una institución básica para la sociedad; el derecho a morir dignamente, sin que nadie le corte la vida a uno; el derecho de los padres a elegir el tipo de educación que quieran para sus hijos; ha defendido y animado a los católicos a estar presentes en la vida pública, recristianizando con su quehacer cotidiano una sociedad que se aleja de Dios. ¿Todo eso es ser conservador? A mi me parece que eso es más bien coherencia y fidelidad a la doctrina de Jesucristo.

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Gracias por estar tan cerca de los jóvenes. Usted ha sido un líder para ellos. Le queríamos, le quieren y le querrán.  La prueba es que hasta el último momento de su vida, ha estado acompañado por miles de jóvenes en la Plaza de San Pedro y por centenares de miles en todas las partes del mundo. Usted ha hecho una catequesis entre los jóvenes de unas dimensiones que quizás no seamos capaces de medir en estos momentos. Los frutos se irán viendo y recogiendo en los próximos años.

Gracias por el ejemplo que nos ha dado de amor a la Madre de Dios. Su devoción a la Virgen ha sido un ejemplo para todos. Desde el lema de su pontificado “totus tuus”, hasta la innumerables muestras de cariño y cercanía a la Madonna, como dicen en Italia.

Por último, Santidad, permítame que le haga una petición. Ahora que está en el cielo, no se olvide de nosotros. No se olvide de ayudarnos desde arriba, de echarnos una mano para conseguir un mundo más justo, donde se destierre la violencia, el terrorismo, el odio entre las personas y los pueblos. Donde se respeten los derechos humanos por los que usted tanto luchó.

Ayúdenos a ser, a cada uno de nosotros, un poquito mejores. Y sin que se entere el Espíritu Santo, no se despiste en el próximo cónclave y eche una manita a los Cardenales para que elijan a un Papa que sea tan bueno y tan santo como usted. Se lo ha puesto difícil, pero ya sabemos que para Dios no hay nada imposible. Gracias por todo Juan Pablo II. Descanse en Paz, que se lo tiene muy merecido.