Guiones encuadernados en luz

No es casual, pues, que su trayectoria esté jalonada de colaboraciones con unos cuantos directores que por su densidad estilística, su enfoque personalísimo, su rúbrica en cada toma, integran el denominado cine de autor: Antonioni, Fellini, Tarkovsky, Angelopoulos. Con todos ellos pareció juramentarse para combatir la prisa de la secuencia volandera subordinada al todo. De resultas, las películas que escribió suelen ser admirables por su primor compositivo. Cada título podría encabezar un cartapacio con una colección de estampas dentro.

Frente a dos posibles concepciones del cine, quizá contrapuestas entre sí, como arte primordialmente narrativo o esencialmente discursivo –aunque en los guiones de Guerra haya narración y también diálogo, profuso a veces, como en el caso de Y la nave va–, hay una tercera alternativa, la suya, que pasa por ahondar en lo específico de la cinematografía, tanto, que de hecho es aquello que la nombra: la imagen en movimiento, el juego visual de luces y sombras que contienden en la pantalla. Dos guiones que acaso sean los más célebres firmados por nuestro autor, Blow-up, de Antonioni, y Amarcord, de Fellini, parecen escritos sobre el papel al ritmo no de teclas que se pulsan, sino de obturadores que se abren.

Peripecias argumentales aparte, las dos películas recrean sendas atmósferas a través de sus modulaciones poemáticas de la luz. Blow-up nos trasporta a un Londres colorista y frívolo pero inquietante. Su protagonista es un fotógrafo, y es precisamente el valor de la fotografía, de la luz impresa –entendida como propulsora de la acción dentro de la trama, pero también como gran hacedora del propio filme– lo que menos se ha desvaído con el tiempo. También Amarcord, la inmortal Amarcord, es entre otras muchas cosas un muestrario de las múltiples texturas de la luz en el recuerdo. Luz franca a pleno sol en el trasunto del Rimini de la infancia de Fellini, luz iridiscente con la calima costera, luz espesada por la nieve, enturbiada por la niebla, luz nocturna tachonada de luces que no son estrellas, sino los ojos de buey de un trasatlántico.

Ha muerto Tonino Guerra, guionista a fuer de poeta. Escribió sus guiones, más que con palabras, con imágenes, con luz, y entre dos cubiertas de luz –el comienzo y el final de cada proyección de sus películas– están también encuadernados.

 
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