Inglés superfluo

El barómetro del CIS correspondiente al mes de febrero dedica un bloque de preguntas a sondear nuestros conocimientos de idiomas extranjeros. La respuesta a la número trece –justo la trece, fatídica– es la que ha dado pie una vez más a los titulares con flagelo. El segmento de población encuestada que no habla, escribe ni lee en inglés –cuanto más en las otras lenguas propuestas: francés, portugués, alemán e italiano– asciende a un sesenta y tres coma uno por ciento. Parece que de tarde en tarde la España ilustrada se ve en la obligación, moralmente ambigua, de destacar con letras de molde cuánta burricie acumula aún esa Celtiberia irredimible que, en alta proporción, ni aprende idiomas ni toca un libro ni acude a los museos.

Por descontado que aprender idiomas, tocar los libros y hasta leerlos –aunque nada es comparable a olfatearlos– o acudir a museos suele dar empaque y, a veces, hasta eso que se llama cultura. La desvinculación cada vez mayor de este concepto respecto de los apremios de lo práctico ha causado una dualidad por la cual es de muy buen tono haber leído The Turn of the Screw sin mediación de traductor alguno, pero, extrañamente, no es de muy mal tono desconocer por completo las implicaciones reales, aunque se intuyan dramáticas, de estas palabras del mecánico: «Macho, has estado a punto de cargarte la junta de culata». Antes al contrario, la ignorancia en este punto le da a uno cierto pedigrí genuinamente intelectual: el de quien no se ensucia las manos. Vueltas de tuerca sí, pero sin tocar la llave inglesa.

Llave inglesa, y el inglés como llave. ¿Abre puertas el inglés? ¿Las cierra el carecer de su dominio? Volviendo a la encuesta del CIS, nos encontramos con un dato clave, correlativo al de la porción de españoles que ni habla ni escribe ni lee en inglés, ni falta que le hace. A la pregunta que reza: «A lo largo de su vida laboral o en sus estudios, ¿en algún momento se ha sentido perjudicado/a o en situación de desigualdad por no hablar un idioma extranjero?», un setenta y tres coma nueve por ciento responde negativamente. Es muy probable que dentro de no mucho la cifra cambie, por las nuevas exigencias de un mundo global, pero esta es la realidad hoy, todavía.

Menos aspavientos, por lo tanto. Cuando la gente precise del manejo del inglés, lo aprenderá. La necesidad es el verdadero acicate para realizar cualquier esfuerzo. Entretanto, permítanse los espíritus superiores disculpar a quien prefiere leer a Henry James en español, o incluso no leerlo, y a quien no siente el indomable deseo de conocer otras culturas en su lengua vernácula, o incluso puede vivir desconociéndolas. Para casi tres cuartas partes de los españoles, son superfluos el inglés y los demás idiomas. No pasa nada, no es piedra de escándalo, no hace falta presentarlo en titulares como reflejo de un psicodrama nacional. La normalización del inglés como segunda lengua se habrá producido cuando su aprendizaje ya no deba incluirse en esa lista socialmente coactiva de buenos propósitos para cada año nuevo –dejar de engordar, dejar de beber, dejar de mentir–, presencia que garantiza y a la vez da por bueno, con un leve peaje de conciencia durante día y medio, el que se incumpla.

 
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