Jueces de partido

La independencia es una fantasmagoría zombi víctima de las alucinaciones del hechicero de Moncloa; Montesquieu, un pardillo ninguneado hasta por la figura de cera de Freddy Krueger, según parece merecedora de mejor trato que el maniquí marichaliano que la mezquina dirección del Museo madrileño ha ordenado derretir en la hoguera inquisitorial; y el sistema de contrapeso entre los poderes del Estado, una suerte de mamoneo infame que está mucho más cerca del pasteleo indecente que de la contra vigilancia democrática.

Tengo casi tanto aprecio por los jueces, como por los políticos y los periodistas, o sea, ninguno, porque ninguno de los tres poderes es de fiar. Del Legislativo, ni hablo, porque, como el Sindical, es una burda variante amaestrada del Ejecutivo, que se ha dejado sodomizar y fagocitar sin mostrar la menor resistencia, en una suerte de violación consentida sin justificación posible. Unos y otros, autoproclamados salvadores de la patria, se están ganando nuestro desdén y el derecho a mantearlos como al Pelele de Goya, entiéndaseme en sentido metafórico, mayormente para no preocupar en demasía a José Bono.

¿Imaginan la de carcajadas que provocaría entre los jerarcas de la profesión cualquier juez suicida que ambicionara formar parte del Consejo General del Poder Judicial o del Tribunal Constitucional sin postularse bajo las siglas de cualesquiera de las dos “ganaderías” que parten el bacalao, es decir, sin mostrar como aval de su carta curricular el hierro candente marcado en el lomo, bien de la Asociación Profesional de la Magistratura, o bien de Jueces para la Democracia? (…) Doy por hecho que no llegaba ni a juez de paz.

Ambas dos divisas (la segunda se jacta de ser la escisión progre de la primera), han hecho constar en el padrenuestro de su ideario el principio sagrado de la independencia judicial. Pero está por ver que lo hayan concebido como una garantía del ciudadano, y no como un privilegio del juez; y ambos lobbies condicionan el derecho de admisión al principio de “neutralidad política”. Pero esta es la hora que he acabado de releer el credo laico de las dos peñas de jueces, y es que no me aguanto la risa floja porque me rulo.

Se entiende que la alegoría machista de la Justicia sea una mujer ciega sosteniendo una balanza, porque si pudiera ver con sus propios ojos lo que está pasando en la “faisanera” hispánica, agarraba el palo de amasar y les daba una somanta tal de palos que Tentepié a Tentetieso en un teatro de guiñol callejero.

Aunque si hay alguien que se las tiene tiesas es Garzón, con tres querellas por banda de lidia complicada, a pesar de los denodados esfuerzos que está haciendo las huestes de Moncloa y de Prisa para sacar las castañas del fuego a quien compartió cartel electoral con Felipe pensando en suplantar del pedestal de la gloria eterna a Raimundo de Peñafort.

Si alguna vez –Dios no lo quiera- me sientan en un banquillo, pido que me procesen los Jueces de los Infiernos, al modo que lo hacían en la antigua Grecia Minos, Eaco y Radamanto, que juzgaban las almas de los muertos y las más de las veces acababan condenando al menda lerenda a la pena de muerte. Antes muerta que sencilla, zarandeada por un tribunal imaginario presidido por el Fiscal General del Estado de ahora o por aquel peculiar personaje fornido de triste recuerdo que practicaba la lucha grecorromana en sus ratos de asueto.

Nos están chuleando gratis como a las pobres putas de la Casa de Campo. Y sólo se nos ocurre escandalizarnos por la campaña franchute de la felación contra el delito del fumeteo. Visto lo visto, sólo somos unos pringaos, pero eso sí, cargados de prejuicios.

 
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