Manifiesto antigrasa

De los manifiestos que con vana intención han ido lanzándose hasta el momento desde aquí, acaso sea este el más superfluo de todos y el más útil a la vez, sin que el hecho resulte contradictorio. El más superfluo –cuando la superfluidad es requisito fundamental de cada uno de ellos – porque ni siquiera habrá en él alegato alguno contra la grasa, aunque lo parezca por el título. No va a insistirse en lo obvio.

Como hay común acuerdo acerca de que en cualquiera de sus variantes –aceite de coche o de cocina, sebo derretido e incrustado en la sartén o secreción de la glándula correspondiente en la piel o en el cabello – la grasa es por naturaleza pringue, o sea, desagradable sensación táctil, visual y a menudo olfativa, no hay mejor opción que atajarla por la vía de los hechos.

Tome este manifiesto publicado en un medio digital. Puede leerse con antelación, o ni siquiera (el manifiesto, digo, no el medio, cuya lectura recomiendo): no es en absoluto necesario para el fin que nos proponemos. Asegúrese de que la impresora esté conectada al ordenador. Introduzca en ella un folio de buen gramaje. Sí debo hacer hincapié en este último aspecto, el grosor del papel, importante para que la tarea posterior llegue a ser lo más satisfactoria posible. Busque el icono de imprimir y haga clic. Espere a que retorne a sus manos el folio con estas líneas invasoras de su blanca superficie. Entonces, manteniéndolo liso, plegándolo o formando un gurruño, como prefiera, acérquese cuando pueda al taller de su mecánico e invítele a que se limpie en él las manos, o restriégueselo por la cabeza a su rebelde sobrino adolescente, o bien espere el momento de fregar y empléelo para frotar los costrones viscosos de la bandeja del horno. Aquí es donde se comprobará que, a más espesor del papel, más gozosa capacidad de impregnación.

Tras efectuar lo dicho, y con el folio empapado de un cerco oleaginoso en tonos ocres –en este punto se recomienda sujetarlo por una de sus esquinas con dos dedos –, pregúntese cuál es el sentido de esta acción, si hubiera sido mucho más eficaz –pero nadie lo niega – el empleo de jabón, champú y líquido lavavajillas respectivamente en los tres casos citados arriba, o si, incluso por entrar en el juego, se podía haber recurrido a un papel en blanco y no a uno impreso. Reflexione un instante y llegue a dos conclusiones de forma sucesiva. La primera, que habrá participado en algo así como una performance doméstica conceptual, caso que no se habría dado en los supuestos anteriores. Como no le convencerá esta memez, llegue a la segunda conclusión, de orden didáctico y aplicación universal: ¿para qué hablar tanto y tanto, cuando lo que urge normalmente es el hacer?    

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