Manuel Marín

Enseñaré mis cartas desde el principio y empezaré diciendo que me cae bien el actual Presidente del Congreso de los Diputados. Me parece un buen político, con talla humana, culto, viajado, no sectario, con una predisposición a elevar el nivel del debate público y no a degradarlo. Por eso no ha sido una buena noticia su anuncio de que se retira de la primera línea de la vida política y que no encabezará ninguna lista de su partido en las próximas elecciones generales.

Pero es perfectamente comprensible que haya tomado esta decisión, sobre todo, por el feo que le hizo su partido al filtrar antes del verano que Zapatero le había ofrecido a José Bono ser el próximo Presidente del Congreso de los Diputados en el caso de que el PSOE ganara las elecciones del próximo mes de marzo. Esas son las miserias de la vida política. Marín se enteró de esa noticia por la prensa y, lógicamente, se sintió maltratado.

Algunos comentarios publicados a raíz del anuncio de su retirada, apuntan a que Marín ha sido la última “víctima” de Zapatero. Es posible que sea así, y en ese caso, la lista ya va teniendo una cierta entidad y grosor: Pasqual Maragall, Francisco Vázquez, Nicolás Redondo, Rosa Díez, José Ignacio Plá, Rafael Simancas, por no hablar de la víctima por excelencia, que encima se inmoló en el altar de las urnas porque Zapatero se lo pidió: Miguel Sebastián.

Manuel Marín ha sido un buen Presidente del Congreso de los Diputados. Se podrá discutir si a la hora de moderar los debates de alto voltaje político era excesivamente puntilloso, incluso con un punto de cursilería a la hora de reconvenir a las dos principales “bancadas” del hemiciclo –la popular y la socialista- para que no alborotaran tanto. Se podrá discutir si se excedió, personalmente creo que sí, en la expulsión del hemiciclo durante el desarrollo de un Pleno, del diputado popular Vicente Martínez Pujalte.

Pero todo eso no empaña una trayectoria y un quehacer de cuatro años, donde ha acreditado su buen hacer, su espíritu conciliador, su independencia a la hora de ejercer de presidente de la Cámara, como corresponde al papel institucional que le toca jugar a quien es, según el protocolo, la tercera autoridad del Estado, por detrás del Rey y del Presidente del Gobierno.

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Pero Manuel Marín se va y con su marcha se pierde un buen político, de nivel, de esos que no abundan en el actual panorama y que en el caso de su partido, el PSOE, hay que buscarlos con lupa. Porque habrá que reconocer que en una comparación, por ejemplo, del todavía Presidente del Congreso con Pepino Blanco, Magdalena Álvarez o Mariano Fernández Bermejo, no hay ni color y gana por goleada. Pero así son las cosas en la vida política: las personas valiosas acaban abandonando y los mediocres permanecen, se agarran al puesto como a un clavo ardiendo.

Seguro que Marín no va a tener ningún problema para encontrar vida fuera de la política, cosa que en el caso de otros compañeros de su partido no estaría tan claro. Ha dicho que se va a dedicar, desde el ámbito universitario, a estudiar el fenómeno del cambio climático. En lo personal y en lo profesional, le deseo toda la suerte del mundo a este veterano socialista que es Manuel Marín.