Navidad sin nada

Lo normal es que no le haya tocado la lotería. No se alarme. La vida sigue. Al menos hasta que llegue la lotería del Niño. Este año los españoles nos hemos dejado un dineral, apostándolo todo al azar de los niños de San Ildefonso. Un dato que oculta una tragedia, que resume con acierto mi amigo Agapito Maestre en Libertad Digital: “nadie ve cómo salir de este fiasco si no es con un golpe de suerte”. Lo malo es que la mayoría nos quedamos sin la suerte y nos llevamos el golpe. Pero da igual. Sin lo amargo no entenderíamos lo dulce. Disfrutemos, entonces.

El irrespirable ambiente de crisis económica, moral y social que sufrimos, hace que esta Navidad tenga un encanto particular. De alguna forma volveremos a comer todos esos dulces del surtido navideño que no nos gustan, porque este año nadie se atreverá a arrinconarlos en la cesta con desprecio. Desde los alfajores rancios de rebajas hasta las interminables peladillas, que parecen reproducirse en sus paquetitos, pasando por las frutas confitadas más increíbles y exóticas. Todo se come y todo se bebe este año.

En nada, estaremos en las cenas. La de Nochebuena. La comida de Navidad. Y tantas otras citas que caen estos días, familiares, entrañables, llenos de lucecitas de colores y, siempre, siempre, tan melancólicos. Y nos toparemos con las caras de todos los años, tal vez con algunas nuevas incorporaciones. Y al poco de empezar los aperitivos, llegarán los primeros mensajitos SMS. Este año más escuetos, por eso del ahorro. Pero llegarán. Porque el español medio puede morirse de hambre y de asco, si hace falta, pero la coña marinera no se la quita nadie. Por eso volarán los mensajes irónicos, algunos realmente ingeniosos. Estoy convencido de que hay gente encerrada desde hace semanas, trabajando sólo en conseguir el mejor mensaje para esta Navidad.

Entre nuestros familiares y amigos siempre hay dos clases de personas: el optimista navideño y el pesimista que aborrece todo lo que tenga que ver con la Navidad, con la familia, con el ser humano y con la vida en general. Al primero lo veremos tocando animadamente la pandereta de una forma que le parecería excesiva al propio King África, y al segundo, tratando de festejar la Nochevieja atormentándose en compañía de algún otro infeliz que disfrute con los lamentos. Al primero hay que darle trabajo toda la noche, para que no tenga tiempo de amenizarnos la velada. Lo más eficaz es pedirle constantemente que se levante a la cocina a ver si está apagado el fuego, que revise si el pavo sigue en el horno o ha bajado a por tabaco, que cambie las bombillas del pasillo, o que compruebe si en el baño hay algún grifo abierto. Así toda la cena. En cuanto al segundo, sobre todo, hay que dejarlo en paz, y sentarse lo más lejos posible de su amargura.

Después vendrán los regalos, que para gran parte de los españoles serán flojitos este año. Al niño le sentará bien, por una vez, no terminar la Navidad enterrado bajo una montaña de juguetes. Tal vez aprendan a valorar lo bueno y lo poco, si los mayores se lo permitimos y se lo explicamos. Quizá nos llevemos gratas sorpresas.

En las televisiones escucharemos el mensaje del Rey. Y haremos algunos comentarios en privado y en voz baja, como siempre. Y antes o después, José Mota, que es un tipo con talento pero trabaja en TVE, hará un chistecito sobre Zapatero, y al instante, otro sobre Rajoy. Porque la tele pública es así de simpática, equilibrada, encantadora y correcta. Después, nos entregaremos al cine de Navidad, celebrando que hay decenas de canales en la TDT que todavía apuestan por el cine familiar, y que ya no hay que tragarse lo que algunos dirigentes de grandes cadenas de televisión entienden por “cine de Navidad” o “cine familiar”. A veces me pregunto si esas cadenas encargan la programación navideña a Jack el Destripador.

Al final, rendidos a la madrugada, es probable que tengamos que recurrir a las diversiones baratas. Así que tal vez nos sorprendamos cantando villancicos en torno a la mesa, descansando la vista sobre las luces intermitentes del árbol o del nacimiento, o degustando algún licor exótico, escuchando a los mayores contar historias sobre la última Navidad que los españoles pasamos así, en plena crisis, con verdadera angustia, viviendo bajo mínimos. A la luz de una sola vela. Y sin pretenderlo, sin nada, volveremos al principio. Volveremos a Belén. Un establo y nada. O un establo y todo.

 
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