Nobleza política

Tres españoles han sido secuestrados en Mauritania por Al Qaeda. Tres españoles tienen su destino en manos de unos terroristas cuya consigna es aniquilar la cultura occidental. Tres españoles que en el mejor de los casos pueden ser utilizados para tratar de obtener algún tipo de intercambio que permitiría la financiación y el fortalecimiento de esta macabra red de fanáticos.

Es una situación crítica y trágica, terrible, en la que el Gobierno de la Nación se enfrenta a decisiones sumamente difíciles y necesita el máximo respaldo. Nadie podría justificar que desde determinados entornos políticos se manipulase interesadamente este secuestro para acusar a nuestros dirigentes de haberlo propiciado por mantener al ejército en Afganistán o por colaborar con Estados Unidos en la guerra global contra el terrorismo islámico. Sería infame. El interés de España, la vida y la seguridad de sus ciudadanos, están muy por encima de las mezquindades políticas en la lucha por el poder.

Cuando esta premisa elemental de la cooperación en la salvaguarda de asuntos clave de interés general se quiebra, se entra en una espiral de degradación que destruye todos los diques, todos los límites, en el legítimo derecho a hacer oposición, siembra la desconfianza y el desconcierto, trastoca las normas y arrastra a la vida política hacia el envilecimiento. Eso es exactamente lo que ha venido ocurriendo en España desde que en 2002 el hundimiento del Prestige fue utilizado de forma maniquea para desgastar al gobierno de entonces en lugar de aunar esfuerzos para lograr la mejor solución a un desastre ecológico de aquella magnitud.

Después vino la tragedia del 11 de marzo, en la que las cotas de deslealtad institucional alcanzaron una dimensión difícilmente superable. La vil utilización del atentado para acusar al Gobierno de ser el culpable de que unos miserables y fanáticos asesinos mataran a 192 personas y provocasen miles de heridos y afectados, quedará en los anales de la Historia como una vergüenza nacional. ¡Qué gran diferencia con la dignidad y unidad de otros países que han sufrido similares atentados como Estados Unidos, Gran Bretaña –poco más de un año después que nosotros- o La India!

La ausencia de un espíritu colectivo de unión frente a la adversidad, frente al enemigo común, ha sido la causa directa de la degeneración y el desprestigio de la clase política que se ha dejado arrastrar por esa pendiente de mezquindad y mediocridad. Se ha perdido el Norte de la auténtica finalidad de la actividad pública convirtiéndola en una encarnizada lucha por el poder y la destrucción del contrario a cualquier precio.

Cualquier momento es bueno para cambiar el rumbo, para que aquellos que podrían devolver los golpes que en su día recibieron, no lo hagan. Para demostrar que la búsqueda del bien común está muy por encima del rencor y la revancha. La sociedad sabrá darse cuenta y apreciarlo. Quizás éste sea el momento de que otros modelos de conducta afloren y sean capaces de iniciar la regeneración democrática que tanto necesitamos. El momento de que los políticos entonen el “mea culpa” e identifiquen las líneas rojas que nunca más se deben traspasar para estar realmente a la altura que el compromiso de servicio a nuestro país implica.

 
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