Obama, las primarias y el PP

He de confesar que he sentido cierta envidia ante el “espectáculo” –dicho sea en el buen sentido de la palabra- que han dado en estos últimos meses los dos aspirantes del Partido Demócrata a ser el candidato por dicha formación política a la Presidencia de Estados Unidos en las elecciones del próximo mes de noviembre.

El ejercicio de democracia interna, de participación, de movilización que ha supuesto el duelo a muerte entre Barack Obama y Hillary Clinton es de los que marcan época. Un duelo que se ha solventado a favor del joven senador de raza negra que ahora tendrá que verse las caras con el candidato republicano John McCain.

De forma inevitable, lo que se ha vivido en el seno del Partido Demócrata de los Estados Unidos adquiere un mayor contraste si se compara con lo que es la práctica habitual de los partidos políticos en nuestro País, donde lo que falta es precisamente mucha democracia interna y lo que sobra son las “camarillas”, el control por parte de lo que se viene en denominar “el aparato”.

No estoy nada de acuerdo con ese razonamiento, muy propio del pensamiento débil tan en boga, que dice que no son aplicables al caso español las prácticas de mayor democracia en los partidos que existen en otros Países, como puede ser el caso Estados Unidos. Se intenta justificar esa posición en base a argumentos como: las primarias no forman parte de la cultura de los partidos españoles o este otro: su práctica contribuye más a una desestabilización que a otra cosa y se pone como ejemplo de ello las famosas primarias celebradas al final de la década de los 90 en el PSOE entre Almunia y Borrell.

Me niego a aceptar que ejercer la democracia interna en los partidos políticos sea una cuestión geográfica. ¿Por qué lo que es bueno y saludable en Estados Unidos no lo va a ser en España? No creo que sea tanto un problema de “cultura política” sino de la enorme resistencia que tienen los dirigentes de cualquier formación política a someterse al veredicto de sus militantes.

En estas últimas semanas estamos asistiendo, algunos boquiabiertos, otros con los ojos como platos, al “espectáculo” –en este caso dicho sea en el sentido literal de la palabra- que está dando el PP y más concretamente Mariano Rajoy y su guardia pretoriana de cara al Congreso que dicho partido celebrará en Valencia dentro de escasamente dos semanas. Desde la recogida de avales para Rajoy por métodos muy poco democráticos, hasta la convocatoria a actos de exaltación de su persona a través de SMS con un texto altamente significativo: “asistencia inexcusable”, pasando por el cúmulo de dificultades que los propios estatutos del PP contemplan para que pueda haber más de una candidatura.

¿Se imaginan el espectáculo democrático que supondría que los 700.000 afiliados que afirma tener el PP –hay que suponer que esa cifra se habrá reducido en las últimas semanas tras la marcha de María San Gil o la baja de Ortega Lara- pudieran elegir directamente al presidente de su partido o al candidato a las próximas elecciones generales? ¿Alguien piensa en lo apasionante que serían unas primarias entre Alberto Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre?, o ¿entre Mariano Rajoy y Rodrigo Rato?

Pues nada de eso es posible en el actual PP, como tampoco lo es en el resto de los partidos políticos españoles. Tan denostado como es en algunos sectores de la opinión pública española el sólo nombre de Estados Unidos y sin embargo nos sigue dando muchas y buenas lecciones de democracia.

 
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