Pollitos

Hay cosas que te cambian la vida. Ser amigo de un concejal de urbanismo es una de ellas. Ver nacer a un pollito es otra. Hace tiempo que estoy al acecho de la actualidad, en busca de cualquier excusa que me permita escribir sobre los pollitos y su feliz llegada al mundo. Como no he encontrado nada razonable que justifique dedicar un artículo a semejante cosa, hoy lo voy a hacer y punto. Para los lectores más jóvenes y para la mayoría de los ministros, debo aclarar que los pollitos no vienen de París. Tampoco los fabrica Microsoft. De momento. Los pollitos son un huevo, al principio. Ese extraño objeto del que salen las tortillas. Después, picotean un rato y se convierten en un huevo agrietado. Se ensañan un poco más y son entonces un huevo con pico. Poco después son un huevo saltarín con pico y patas. Y finalmente, la cáscara del huevo se parte en dos trozos y el pollito rueda por el suelo. El pollito recién nacido camina dando tumbos hacia todas las direcciones, con aspecto de llevar varias noches sin dormir, y como si durante las últimas dos horas hubiera estado empinando una botella de Bourbon. Todos los pollitos nacen empapados de alguna sustancia que cualquier científico sabría definir –no es mi caso-, y abren los ojos brevemente, con pereza, como si no tuvieran el menor interés por conocer el nuevo mundo que se abre ante su pico. Son sabios los pollitos.

Ver nacer simultáneamente a cinco pollitos cambió mi vida. Fue hace años. Apuesto lo que quieran a que Bibiana Aído jamás ha visto nacer a un pollito. De haber contemplado tal acontecimiento de la naturaleza, la ministra tendría más habilidad para comprender las lecciones de Ciencias Naturales que hasta hace poco se impartían en la enseñanza primaria. La verdad es que no creo que hayan contemplado tan tierno espectáculo muchos de los cargos políticos que nos gobiernan. Se les nota en la mirada, en su amargura, y en su capacidad de engañar. Sostengo la tesis de que ver a un pollito romper su cascarón te vacuna contra una serie de enfermedades morales y sociales de gravedad. Entre ellas la mentira, la manipulación y el crimen organizado. Ando buscando fundamentos científicos. Me han explicado que este tipo de sandeces parecen mucho más creíbles cuando se respaldan con algún fundamento de origen biológico. No crean que resulta sencillo toparse con un pilar de base científica de estas características, así por casualidad. Y si no es por casualidad, no contemplo ninguna otra forma de encontrarlo.

Lo malo del pollito es lo que viene después. Al cabo de un tiempo, el pollito pierde toda su simpatía y se convierte en un ave grandota, prepotente y bastante alborotadora. Pasa a ser un bicho que olvida dar esos tumbos tan salados, y que camina de forma petulante con un movimiento reflejo de cola y cabeza que saca de quicio a cualquier observador imparcial. Garzón, por ejemplo, no es un observador imparcial. Al menos cuando se trata de animales. De todas formas el hecho de que el pollito se vuelva gallo, gallina o cualquier otra variante más exótica es algo inevitable, por lo que lo mejor es aceptarlo, de la misma forma que ellos asumen que su destino está probablemente entrecruzado en algún punto con la alimentación del ser humano.

En su versión masculina adulta, el pollito, por su incomprensible función despertador, puede encontrarse con el final de sus días antes de lo previsto, sin necesidad de que haya cerca un ser humano con hambre. Es suficiente con que haya cerca un ser humano con sueño. Pero esta es otra historia que nada tiene que ver con mi teoría sobre lo mucho que los pollitos podrían ayudarnos a hacer un mundo mejor. En realidad, con que la señorita Aído comprendiese un poquito el valor de la vida humana habríamos avanzado muchísimo. Pero ahora mismo no recuerdo si los pollitos pueden a hacer milagros.

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