Los Príncipes en Fuenlabrada

Después de viajes oficiales o privados a la Polinesia o los Andes o Cancún, hacer la visita a Fuenlabrada tiene connotaciones de exotismo. Se trata del tour que ahora emprenden los Príncipes de Asturias por municipios de importancia económica y demográfica que no sean capitales de provincia. En el caso de Fuenlabrada, hablamos del tercer núcleo de población de Madrid, de ese sur inmenso y populoso que siente en primer término las alzas y las crisis de la economía, ahora todo confuso de circunvalaciones y centros comerciales para el fin de semana, con cine y con bolera, que a su modo materializan una idea de la calidad de vida o del progreso. Es ahí -Fuenlabrada, Leganés- donde se han instalado los grandes mercaderes chinos, tan irrespetuosos con la ortografía: "Impotaciones Gran Muralla", "Productos olientales". Si hay milagro económico, es ahí donde se gesta, en las estribaciones de la M-50, a dos horas de atasco del centro de Madrid, porque la gente toma el coche cuando tiene algún dinero que ganar por más que se acepte sin el filtrado de la duda la lamentación ecologista. En realidad, es un mérito de la autoridad y de la sociedad civil haber hecho que cada rincón de la comunidad autónoma sea habitable, accesible en tren de cercanías, vitalmente muy lejano de los alrededores -por ejemplo- de París, diseñados en el estudio de los urbanistas del totalitarismo. Ahora, en un polígono de Humanes está uno de los restaurantes más caros de la capital. Eso antes no pasaba.   Allí en Fuenlabrada o en Móstoles siempre habrá gente normal y real que va a gritarle 'guapa' a la princesa igual que se lo gritarían, tal vez, a Isabel Pantoja. Ocurre en cada rincón de España y podría darse que los príncipes de Asturias inauguraran, entre aplausos, un 'batzoki'. Ya los Reyes visitaron la Cooperativa Mondragón. Tampoco falta la representación juvenil con la bandera republicana, de colores inarmónicos. Desde luego, a los príncipes que todavía se estrenan les conviene sentir la halitosis y los empujones de la plebe que pide un autógrafo porque esa es una España muy real que de puertas adentro vota a la derecha o a la izquierda pero puede entender instintivamente la importancia simbólica y operativa de la Corona. Allí en Fuenlabrada -'Fuenla' para el príncipe-, dotada de todo confort, las generaciones nuevas padecen la extensión de ignorancia de las leyes educativas pero todavía no prende esa derecha populista que tiene alguna concejalía en el corredor del Henares por causa de la inmigración. Por tradición, siempre han sido feudos de la izquierda. Aquí todo ha cambiado muy rápido.   La monarquía en España está todavía en cifras halagüeñas de aceptación por más que en el último quinquenio se haya pasado de la práctica unanimidad a un asentimiento del 75%. Es la gente que sale a la calle por ser el día magno de la visita real, más allá de los debates en torno al juancarlismo. Esto sucede en vida de un Rey que es el estadista hispanófono de mejor fama en el mundo, padre de la patria en no pocas ocasiones, pero la opinión pública española es -en lo importante- tendente a la volatilidad, con manifestaciones eruptivas y raros sueños de latencia. También Isabel II o Alfonso XIII, borbones de leyenda, fueron aplaudidos aquí y allá hasta que tomaron la copa amarga del exilio. Sin la certeza general de unos consensos básicos, lo preocupante es que en la España real aún todo cambia muy rápido, y más en ese sur pujante y vital que cualquier día mete al Getafe en la liga de Campeones con la facilidad con que se proclama una república.

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