Prisa: ¡Ay, pena, penita, pena!

Exceptuando a Lola Flores, nadie canta la copla con tan honda amargura como el académico Cebrián, que debiera valorar la posibilidad de montar un karaoke online,a pie de chiringuito playero, a medias con Georgie Dann:

¡Ay, pena, penita, pena -pena-,

pena de mi corazón,

que me corre por las venas -pena-

con la fuerza de un ciclón!

Es lo mismo que un nublado

de tiniebla y pedernal.

Es un potro desbocado

que no sabe dónde va.

 

La canción del verano 2009 no es “I Know You Want Me Calle Ocho” de un tal Pitbull (otra eminencia) vacilando a unas macizotas, sino la que entona en El País (Tribuna del viernes 21 de agosto) el consejero delegado de Prisa, a cuenta de la TDT de pago.

Escribe Janli que “La ideología no es ninguna frontera para la incompetencia. Tampoco para la corrupción. La sospecha de que la verdadera urgencia para la aprobación del decreto ley es favorecer los intereses de una empresa (que, por obvia, no menciona ni por su nombre –Mediapro de Roures- ni por su número –La Sexta) cuyos propietarios están ligados por lazos de amistad al poder ha sido sugerida incluso por aquellos que han aplaudido la medida. Gobernar para los amigos desdice de la transparencia exigible a cualquiera; hacerlo mediante un procedimiento excepcional supone un motivo más de preocupación para los votantes que creen en la moralidad de las propuestas de los políticos”.

¡Qué poco acostumbrados están en Prisa a sufrir en carne propia los nocivos efectos secundarios de la misma vacuna perruna que durante los treinta años de poder “para político” ellos han estado recetando para agravar la tosferina mediática ajena!

Lejos están los tiempos en los que el “Grupo Risa”, a humorístico decir de Martín Prieto, vivía de su alianza interesada con el PSOE y de su virginidad iniciática (El Mundo, 9 de diciembre de 2004).

Hoy pintan bastos, y como escribe Anson (El Independiente, 17 de agosto), el presidente circunflejo, o sea, ZP, “ya no depende del Grupo Prisa para ganar las elecciones”. Y para colmo, el otrora “diario gubernamental” parece tener “escasa autoridad moral para hostigar al Gobierno y reprochar prebendas ajenas”.

Abraham Lincoln sentenció que “hay momentos en la vida de todo político (periodista o sepulturero) en que lo mejor que puede hacer es callarse”. Los prohombres de Gran Vía debieran asumir que su tiempo ha pasado y que lo más sensato que cabría esperar de ellos es el elegante reconocimiento de la derrota. Si se obcecan en seguir llorando por las esquinas, sólo contribuirán a su propio hara-kiri, dando cuerda a los cientos de miles de damnificados dispuestos a componer el réquiem por la Prisa supuestamente moribunda.

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