Raúl y el turbocastrismo

En Cuba no hay transición sino sucesión y los mecanismos del postcastrismo han venido a configurar un turbocastrismo. En su día, Granma lo llamó continuidad: Raúl al mando, Fidel como aliento, los ancianos en consejo, la generación intermedia a la espera, la generación joven en espera más gravosa. Si el retiro provisional de Fidel significó un recrudecimiento de la represión, ahora no se trata tanto de una renovación fidelista como de una consolidación de la ortodoxia revolucionaria. El mensaje es que habrá castrismo hasta que dure algún Castro. Con la respiración asistida del petróleo venezolano y el generalato rico por el turismo, no hay ningún motivo para que la dictadura se suicide. Precisamente, los mecanismos del postcastrismo eran mecanismos de perpetuación. Se ha querido restañar toda sensación de anomalía, dar un empujón de legitimidad a la revolución como algo más institucional que personal.

Cualquier apelación a la reforma será la manera más astuta de pedirle tiempo a la opinión pública internacional. Se eludirán sanciones. Se respirará en la ONU aún con más vigor. La UE comprará el chantaje muy a su placer. Estados Unidos está en elecciones y en Cuba se espera que gane McCain y disuelva el embargo, del mismo modo que consta el anhelo por la repetición de Zapatero. La dictadura puede ir soltando los presos de media en media docena y también eso irá callando toda crítica. Las relaciones con la Iglesia son lo suficientemente presentables como para oponérselas a cualquiera. Miami se suaviza con el tiempo y –llegado el momento- las plañideras intelectuales de occidente canonizarán a Fidel. El consejo de ancianos al mando del país garantiza la uniformidad y la estabilidad y todo delinea el escenario más dulce.

Es de prever que la dictadura opte por un perfil bajo de visibilidad y acreciente esfuerzos diplomáticos en el descrédito de una disidencia vendida como estéril o traidora: al turbocastrismo, nada le conviene más que hablar de reformas para que cale la percepción de que la reforma sólo es posible desde dentro del régimen. Ahí estará Raúl Castro no a modo de Gorbachov sino a modo de Deng Xiao Ping. Fidel, en el ‘hall of fame’ de la Revolución.

Sin embargo, tras ochenta años de vida y cincuenta de dictadura, ese Raúl Castro encorbatado tiene la misma incapacidad para abrazar el reformismo que para dejar el whisky. Carlos Lage, figura de inmenso cinismo, mantiene su posición pero de algún modo pierde cuando el último run-rún lo daba como parcial sustituto de Fidel. Con muy poca mejora económica, habrá una visible mejora económica y para invertir ya están los chinos. Una o dos reformas mínimas –desde el permiso de viajar o de volver hasta el mayor acceso a internet o la tv- bastarán para presentar a Raúl Castro como un castrismo más humano. De nuevo, será ganar tiempo hasta la llegada de lo inevitable: al fin y al cabo, Fidel ha sobrevivido a diez presidentes americanos pero la democracia americana sobrevivirá al castrismo y a las cirugías del castrismo. Es posible que esto quede lejos.

 
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