Regálame un zapper y acertarás

Después de no sé cuántos meses de espera, nuestra comunidad de vecinos por fin se ha digitalizado y ya podemos recibir algo así como 30 canales de televisión por donde antes nos entraba aproximadamente la cuarta parte, incluida alguna basura local. Después de la adaptación de antenas, he adquirido un descodificador de los de gama baja, de los más baratos que hay en el mercado. Y he aprovechado el largo puente que acabamos de disfrutar para aprender algo nuevo sobre la TDT.

Debo decir que lo que he comenzado a recibir a través de mi televisor no es tan terriblemente malo como yo esperaba. Es cierto que la mayor parte de los canales nuevos concebidos sólo para su distribución vía TDT echan mano del baúl de los recuerdos y no contienen más carne fresca que algunas producciones de muy bajo costo, tremendamente domésticas. Es cierto también que ninguno ha gastado mucho en diseño de imagen e identidad de canal. Y es cierto, por qué no decirlo, que algunos canales de vocación informativa abusan de los formatos radiofónicos. Pero algunos esfuerzos son dignos, sobre todo si se tiene en cuenta la precariedad con la que trabajan sus factorías de producción y ensamblaje. Aplauso en particular, bañado en lágrimas de estima y conmiseración, a RTVE.

Yo no soy lo que los marketinianos llaman un “pájaro madrugador” a la hora de adquirir aparatos y adherirme a nuevas tecnologías. Mi entusiasmo por lo digital es más intelectual que práctico, lo confieso, y me inscribo como consumidora en el grupo de los que practican el seguidismo. En este caso, a quien he seguido es a un vecino amigo, que de café en su casa me mostró lo bien que funcionaba el sintonizador de 30€ que acababa de instalarse tras comprarlo en un supermercado próximo. Vengo defendiendo desde hace tiempo, sobre posiciones teóricas, la necesidad de que a la hora de dar el salto digital hacia la TDT los hogares españoles se doten de equipos terminales capaces de permitir funciones interactivas y prestaciones avanzadas. Pues bien, mi pequeño experimento de consumo intensivo en días de ocio me ha llevado a modificar ligeramente esa posición inicial.

De momento, considero más que suficiente el sintonizador que me he instalado, del tipo que los anglosajones llaman zapper, que permite ir saltando de canal en canal…y poco más. Ese poco más es, fundamentalmente, una guía electrónica de programación que es la verdadera llave de entrada al universo de lo digital. Sólo los abonados a televisión digital de pago saben hasta qué punto resulta gratificante conocer en cada momento, sin necesidad de nada más que apretar un botón, qué programas se están emitiendo, a qué hora comenzaron, cuánto les queda para terminar y qué programas comienzan a continuación. Cuando se pasa de cuatro canales a 30, este tipo de información es valiosa. Y es interactiva. Una manera fácil y muy inmediata de habituar a todo tipo de usuarios, por muy “pretecnológicos“ que sean, al manejo del lenguaje de ida y vuelta de lo digital.

Los partidarios de la inmersión total en la sociedad de la información argumentarán que este tipo de equipos sintonizadores tan simplones impiden la recepción y acceso a todo un amplio universo de servicios educativos, de ocio e información. Es verdad. Pero también lo es el hecho de que ni este universo amplio de servicios existe todavía, ni es seguro que se genere, de momento, demanda masiva para otra cosa que no sean servicios de entretenimiento audiovisual. Cuando haya operadores en el mercado español capaces de ofertar servicios de descarga de películas de estreno o acceso a los partidos de fútbol de pago por visión a través del receptor de TDT, como sucede ya en otros mercados, será el momento de pensar en gastar algo más en descodificadores avanzados.

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Dado que no parece que la Administración esté dispuesta a mover más dedo que el meñique para promover la adopción temprana de este tipo de receptores, por ejemplo subvencionando su adquisición, hasta que haya parque suficiente como para que los operadores se animen a lanzar esos servicios de gran consumo, yo pienso quedarme con mi modesto zapper. Y recomendar a los vecinos que me visitan que hagan lo mismo que yo.