El Rey

Si España se rompe en dos, tres, cien o mil pedazos, ¿qué sentido tendría la Monarquía como forma de Estado? Si cada uno de esos pedazos aspira a ser y tener u Estado propio, ¿qué papel tendría el Rey de España? En definitiva, si España deja de ser España, ¿cual sería el futuro, personal e institucional, de la Corona? Esta son algunas de las preguntas que en estos días se plantean ya sin ningún tipo de ambages muchos españoles ciertamente preocupados ante lo que está pasando. Porque si grave es que los nacionalistas catalanes -incluyo en este grupo al PSC, más nacionalista que socialista- hayan aprobado en el Parlamento de Cataluña un Estatuto el que se dice que "Cataluña es una nación", que España es un Estado plurinacional y pide que se reconozca el derecho de autodeterminación lo es más que a quien corresponde la defensa de la Constitución y de la unidad territorial, es decir, el Presidente del Gobierno no garantice ni una cosa ni otra. Es más, si alguien albergaba todavía alguna duda al respecto, una vez vistos los esfuerzos de Zapatero para que se disparara el "torpedo" del Estatut contra los cimentos del Estado constitucional que se labró en 1978, el actual Presidente es garantía de todo lo contrario. Ante la grave situación creada, que se verá aumentada en los próximos tiempos por las pretensiones secesionistas, disgregadoras, egoístas e insolidarias de los nacionalistas vascos y gallegos, muchos ciudadanos empiezan a preguntarse que está haciendo el Rey. En un lúcido artículo publicado el pasado día 1 en El Mundo, Santiago Arauz de Robles recordaba algo básico: "la Monarquía es una fórmula de compromiso al servicio de España y de la democracia. Esa es su justificación y su raíz". Monarquía y unidad de España son dos conceptos inseparables. El primero se asienta en el segundo y pierde todo su sentido si se rompe esa unidad. Por otra parte, la Corona simboliza la defensa de unos valores, de unos principios que están por encima de los partidos, de los intereses o situaciones coyunturales. La unidad de España es uno de ellos, sino el primero. Pero cuando desde alguna instancia social o política se intentan transgredir de forma unilateral, rompiendo las reglas del juego, el Jefe del Estado no puede ni debe permanecer ajeno a esa situación. No debe por razones de interés general y, porque no decirlo, también de interés personal, ¿o es que alguien duda de cual sería el futuro de la Monarquía y del propio Rey Juan Carlos o del Príncipe heredero, si los nacionalismos consiguen la ruptura de España? La Constitución proclama en su artículo 2 que la misma "se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas". El artículo 56.1 de la Carta Magna dice por su parte que "el Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia". Por lo tanto es exigible que en una situación como la creada tanto por la aprobación del Estatuto de Cataluña en su Parlamento, como por la incomprensible e irresponsable postura del Presidente del Gobierno, el Rey haga algo más que recordar -lo hizo el pasado sábado en la Academia General Militar de Zaragoza- que la Constitución se basa en la indisoluble unidad de la nación española. Tiene que hacer algo más, puede hacer algo más y, sobre todo, conviene que los españoles sepan que lo hace. Le va en ello su futuro, el de la Institución que encarna y el de muchos españoles que por convicción o por simple comodidad, aceptaron hace años sin rechistar la Monarquía como forma de Estado.

 
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