Saber y no ganar

Así que era eso, una añagaza para incautos. Resulta que una productora de televisión regentada por un matrimonio y sus dos hijos –lo que se dice una empresa familiar stricto sensu– ha estafado a los participantes de sus concursos unos cinco millones de euros al tenerlos colgados de un 806 media horita. Media horita que en ese contexto, y según la teoría de la relatividad, podría equivaler a varias jornadas con sus jornales incluidos. El contador del teléfono viene a ser un calendario acelerado y con gravamen.

           

No sin antes expresar mi solidaridad con los damnificados tarifarios, estoy por alegrarme de que todo se reduzca a un burdo fraude, porque estaba a punto de creer que medio país, o al menos la parte alícuota de población que participaba en estos concursos, se debatía entre la idiocia severa y la oligofrenia profunda. Si ustedes, en sus excursiones de zapeo por el televisor, se han topado como yo alguna vez con el ahora famoso canal Telesierra, entenderán de qué estoy hablando.

           

Por si no han tenido la impagable (con perdón de los damnificados tarifarios) experiencia antropológica de coincidir con este tipo de emisiones, yo se lo describo someramente. Imaginen una puesta en escena grimosa, como de Valerio Lazarov en los setenta pero sin el vaivén del zum. Sitúen a un/a presentador/a en plano medio, con la mayor cara de aburrimiento posible, y detrás una imagen electrónica de Zapatero –verbigracia–, algo distorsionada por un efecto parecido al de las ondas acuáticas, pero perfectamente reconocible.

Vídeo del día

Al menos 16 muertos en el incendio de
un centro comercial en China

 

           

¿Lo tienen? De acuerdo, pues ahora pongan por caso que llama un televidente y a la pregunta de quién es el personaje en cuestión responde: ¡José María Aznar! Y el siguiente: ¡Juanito Valderrama! Y el otro: ¡Felipe II! Y el de más allá: ¡Don Quijote de la Mancha! Y la señora consecutiva: ¡el Oso Yogui! Y después de haberse sugerido como solución al enigma el Pato Donald, Recesvinto, Íker Casillas, Francisco de Quevedo, el Yeti, Mister Bean –caliente, caliente– y hasta la Reina Madre, llega la lumbrera que atina: ¿Pero ése no es ZP?

Uno más o menos sospecha que la adicción a programas como los de Sardá deja algún tipo de secuelas, o que la degradación de nuestro sistema educativo tarde o temprano tiene que manifestarse, pero, hombre, hasta tales extremos... Por eso no he podido evitar sentir un cierto alivio al conocer que este descorazonador espectáculo no era más que una engañifa y que nuestra culturilla, al menos la mínima que nos distingue de un primate, no debe de estar tan hecha polvo. O eso me gustaría creer.

A los damnificados tarifarios sólo me queda recordarles que, normalmente, aquello que cuesta y aquello que vale guardan cierta correlación. Bueno, igual son cosas de antaño...