Sudáfrica

Sudáfrica es un lugar peligroso. Cierto. Su historia no es precisamente la de un país afortunado. Han tenido que soportar atropellos racistas, guerras, pobreza, violencia, y la plaga del sida. Sudáfrica está a la cabeza mundial de esta enfermedad, con cerca de seis millones de seropositivos dentro de sus fronteras. Si algunas cosas han mejorado en los últimos años es, sencillamente, porque no todo puede ir a peor permanentemente. Pero el país sigue siendo un hervidero de violencia, caos y crimen.

Con la elección de Sudáfrica como sede del Mundial, la FIFA ha cometido una insensatez políticamente correcta que le puede salir muy cara. Confiemos en el milagro. Será un triunfo si no se producen grandes atentados. Será una victoria si tan sólo se producen robos con violencia –ya han tenido lugar los primeros-, algunos atropellos a los derechos humanos, y no demasiados homicidios.

Buena parte de la opinión pública se ha tragado la endulzada versión de los hechos que ofrecen muchos telediarios. “Ese país, maltratado durante siglos, que por fin vivirá una alegría gracias al fútbol” y todas esas palabras tan cursis y tan poco conscientes. En todos los rincones del mundo encontrarán algún comentarista dispuesto a decir que esto supone un “triunfo racial”, que por fin “el fútbol hace algo” por los más necesitados, o que Sudáfrica “abandonará el tercer mundo” –no me pregunten cómo- después del mundial. En todos los rincones del planeta hay ingenuos, torpes y malvados dispuestos a decir cosas así. Desconocen que la Sudáfrica que sufre no quiere poesías, sino hechos.

A tan sólo unas horas de que comience el Mundial, varios aficionados, periodistas y profesionales de diversos ámbitos que ya están en Sudáfrica, han sufrido los primeros contratiempos de gravedad en su aventura. Como relataba este confidencial, unos han palpado la inseguridad en el ambiente, en las calles. Otros han sido objeto de robos con violencia. Algunos incluso han rozado la muerte viéndose envueltos en tiroteos y asaltos.

La FIFA y el gobierno del país intentan apagar cada fuego con mensajes optimistas sin base alguna. Cuando no se corresponde con la realidad, el lavado de imagen de Sudáfrica es aún más irresponsable que la propia decisión de celebrar allí el mundial. Se oculta la persecución a los blancos, se disimulan las cifras de crímenes –en torno a medio centenar de asesinatos diarios- y se frivoliza sobre el riesgo de sufrir un atentado terrorista de gran envergadura, pese a que organizaciones como la NEFA han comunicado a las autoridades que el riesgo es muy alto. Según esta fundación varios “terroristas de Al Qaeda han entrado en Sudáfrica para realizar atentados durante la Copa del Mundo”.

El Mundial de Sudáfrica pondrá en peligro a miles de personas a cambio de dar una apariencia de normalidad en un país que, por desgracia, no es normal. Y atendiendo a las cifras oficiales de delitos, es lógico que no lo sea. Al final y al cabo, tampoco es normal un presidente con nueve esposas que colecciona impunemente cientos de acusaciones de violación. No es normal la defensa a rajatabla de una cultura que celebra por todo lo alto la poligamia, que azuza los conflictos raciales, que considera inferior a la mujer, y que concede increíbles propiedades curativas a las violaciones. No conviene perder de vista el dato: en Sudáfrica hay más de medio millón de violaciones al año. Medio millón de violaciones ya no es solamente un dato criminal, sino una gravísima desviación cultural, una aberración social. Un síntoma estremecedor que, por sí solo, demuestra que la FIFA ha decidido conscientemente que el mundial se juegue en una jungla. Una peligrosa jungla en la que puede pasar cualquier cosa. Ahora sólo nos queda esperar que no pase nada. O, al menos, nada demasiado grave.

 
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