Tiempos purgativos en Europa

Hay poco mérito argumental en cargar contra la Europa de los veintisiete cuando lo normal es que veintisiete solistas jamás armonizaran. El avatar no poco exitoso de la UE conlleva crisis de crecimiento pero es más importante que valga para avalar un cierto posibilismo inevitablemente recorrido de escepticismo realista. Está entre la ingenuidad y el autoconsuelo recordar que la Unión tiene no poco de consecución magna, de gran metarrelato: con los pies más en la tierra, cualquier espíritu liberal sabrá valorar el mercado único y la posibilidad sugestiva de que ese mercado único aliado a la libertad de tránsito haya coadyuvado a años nunca vistos de bonanza.

En España ha habido rápidos cambios de opinión que denotan un estado de irreflexión en la opinión pública, del europeísmo subvencionado a la resurrección súbita de la excepcionalidad hispánica. Lo fácil es ahora ir dando hisopazos pero eso es desconocer que la Unión no sólo se ha hecho a través de grandes saltos institucionales sino más bien poniéndose en ‘culs de sac’, con momentos de liderazgos decisivos, y siempre ante una opinión pública que simplemente no se articula en un nivel europeo. Hacer lo que se podía era ya hacer y avanzar aun cuando todos tengamos nuestra queja.

La UE ha perdido ‘momentum’: en realidad, a los problemas objetivos hay que añadir los problemas de una comunicación que en otro momento fue exitosa pues no en vano el europeísmo autoconvencido ha sido algo poco asentado. La percepción que tenemos de Bruselas nos habla de una UE institucionalmente sobrecargada, de una Comisión anémica, de una tecnocracia tan ajena al mundo como propensa a una cierta ingeniería social: más allá, problemas como la definición atlantista o el alcance, la coordinación e incluso el planteamiento conceptual de la PESC están y han de estar ahí y no se resolvían con digestos como la Constitución. Coinciden también la falta de flexibilidad y un traje institucional que es inadecuado: no tanto crisis de crecimiento como crisis de identidad, en realidad, aunque lo que institucionalmente más acucia está en el acceso de otros países tras Croacia, difícil si seguimos en los términos del Tratado de Niza.

Desde visiones europeístas se critica a la UE por ultraliberal o por ultraintervencionista, por hiperactividad o por parálisis. En el caso irlandés, ha habido fallos más que en la pedagogía: los populismos han hecho ciertamente de las suyas pero la lección difícil es que hay que contemporizar el andar con más prudencia y el tener un oído en el electorado que es receptor de las políticas. El tiempo de la UE es ahora purgativo: desde tanto ‘think-tank’, lo que se postula es un parcheo más o menos noble, ir tratando las cosas sectorialmente, a la espera de inspiración para la reforma profunda, pero también ahí habrá que oír que nadie en Europa aspira a un super-Estado europeo. La creciente vivencia de la UE como cruz y no como ilusión desde luego llama poco a que alguien lidere: véase tanto coro de voces al fin del referéndum irlandés, sin que una sobresalga en autoridad por encima de las otras. Entre lo previsible y lo deseado está que Irlanda se las apañe como pueda y que no haya más deserciones para no pasar de la contrariedad humillante a una vía de agua sin control.

Los tiempos purgativos son el adiós al actuar a lo grande, a las foto-oportunidades en Versalles, a la eurojerga, a la construcción europea basada en el optimismo a ultranza y la unión ‘ever closer’, cada vez más estrecha. Más aún tras el pronunciamiento irlandés, avanzar sectorialmente o por agrupamientos de países, serviría para centrar el debate de las opiniones públicas nacionales. Por agrupamientos de países ya se funciona en temas no menores como el euro, Schengen o la política de Defensa. Ahora sería el tiempo para cuestiones de importancia urgente como la inmigración o la energía. Asistimos a un reajuste de ambiciones: en cualquier caso, acabamos de ver que los europeos no son indiferentes, por lo que toda responsabilidad en los opinadores será poca. Eso implica, seguramente, no jugar a la destrucción con tal de hacer un buen artículo.

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