Visibilizar al lingüista

En el segundo punto de su informe Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, tan comentado, Ignacio Bosque realiza una consideración previa en la que me gustaría detenerme. El académico destaca que, de entre las nueve guías que analiza, publicadas por diversas instituciones, solo una ha tenido en cuenta la bibliografía especializada sobre la cuestión de la que tratan. En los ocho casos restantes se ha omitido el parecer de los lingüistas. Aparte de que estos puedan sentirse algo desairados, hay una consecuencia práctica más enjundiosa, que señala el autor del texto: «En ciertos casos, las propuestas de las guías de lenguaje no sexista conculcan aspectos gramaticales o léxicos firmemente asentados en nuestro sistema lingüístico, o bien anulan distinciones y matices que deberían explicar en sus clases de Lengua los profesores de Enseñanza Media, lo que introduce en cierta manera un conflicto de competencias». Me quedo aquí, sin adentrarme más en la fronda del bien argumentado informe, con el que estoy de acuerdo.

Y si me quedo aquí no es solo por la conciencia –efectiva– de que nada más podría glosar torpemente su contenido, ni por la intención de no sumarme a unas conclusiones polémicas para un sector de la población, no necesariamente el femenino ni en bloque, como han demostrado las académicas. Es porque soy parte implicada, como profesor de Lengua en Secundaria, y me afectaría, en principio, de un modo directo el conflicto de competencias al que alude Bosque. Lo digo en condicional, me afectaría, porque ante estas fuentes contrapuestas de legitimidad uno tiene claro la decantación de cuál de las dos tiene más peso. Andando el tiempo, si se propagara a toda costa el afán implacable de «visibilizar» (cursilísimo verbo al que Bosque, por algo, no desacopla las comillas en todo su informe) y se incorporase su aplicación a la norma, no descartemos que los profesores de Lengua, o al menos algunos, podamos ingresar en la restringida y privilegiada lista de empleos con motivos para la objeción de conciencia. Eso nos visibilizaría en sociedad.

Mientras no ocurra esto por no tener de momento nosotros, simples intermediarios, causa objetiva que obligue a forzar nuestra visibilización, al menos ha hecho bien Ignacio Bosque en visibilizar al grupo de los lingüistas, los que sientan doctrina gramatical, indebidamente desatendidos en la materia de la que son expertos. Sería insólito que, mediante el sencillo expediente de apelar a la conciencia individual, al margen de las leyes, se editase un folleto sobre justicia sin tener en cuenta el asesoramiento de los juristas. La diferencia es que se pueden infringir las normas de la lengua sin que haya sanciones. No pasa nada. Propongo desde aquí que a partir de ahora sí que pase. Mire usted qué bien, como Rajoy necesita sacar dinero de donde sea, que cree una policía gramatical con licenciados en Filología Hispánica, Catalana, Gallega o Vasca –así, además, habrá nuevos puestos de trabajo–, que vayan por las calles multando a los infractores de la corrección, tanto en la lengua común como en las autonómicas. No se solucionará la crisis, pero las arcas públicas experimentarán una visible mejoría.

 
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