Visita de Putin a España

Para comienzos de febrero se espera la visita oficial a España del presidente de Rusia, Vladimir Putin. Tales viajes se desarrollan en un clima especial, sus ceremonias y lenguaje son un reino de formalidades protocolarias. A decir verdad, siento un poco de lástima tanto de los españoles como de su huésped: los primeros, probablemente, van a sufrir a causa de embotellamientos; Putin, por su parte, no verá aquello que le gustaría ver si llegase como un turista común y corriente. Probablemente le enseñarán el Museo del Prado, pero por lo visto no lo llevarán al de Salvador Dalí, ni a Granada. De viajar como turista, él podría alquilar auto, quitarse con alivio la corbata y dirigirse allá. Sin duda, las visitas oficiales no son turismo, sino una actividad en la que se hace balance de la cooperación desarrollada por los países en un determinado período de tiempo y se trazan las rutas que deberán seguir en lo sucesivo. A juzgar por las declaraciones que hacen diversos funcionarios rusos y españoles, las relaciones entre Rusia y España, en general, se desarrollan con normalidad. Lo más importante: la comprensión mutua. La parte rusa ha manifestado en más de una ocasión que tiene menos divergencias con España respecto a los problemas más apremiantes de la actualidad, que con otros grandes Estados europeos. Ello vale mucho de por sí. ¿A qué se debe tal fenómeno? No sé explicarlo con exactitud, pero sospecho que tiene mucho que ver con la afinidad de carácter de rusos y españoles, capaces de abrir brecha en cualquier coraza protocolaria. Cuando se habla en un lenguaje humano, siempre se logra un resultado positivo. También es posible que contribuya a ello y en no poco grado, el que entre el rey de España y el presidente de Rusia existan unas cálidas relaciones extraoficiales, aunque no se acostumbra hablar mucho de ello. Pocos sabrán, por ejemplo, cuántas veces el monarca español, invitado por Putin, ha venido a Rusia, sin ruido ni pompa. De esta misma manera, sin levantar mucho ruido, trabajan los servicios de inteligencia rusos y españoles, haciendo frente a la amenaza número uno de nuestra época, el terrorismo internacional. Se trata no solamente de intercambiar información, sino de mantener contactos plenos. Ya está desarrollado –o en desarrollo– un mecanismo que permite a ambos países cooperar con auténtica eficacia. Una muestra de ello podrían ser las medallas de Hermandad combativa, entregadas el año pasado por el Ministerio del Interior ruso a oficiales de la Policía de España. Todo lo cual nos da motivos para sentirnos tranquilos. Tanto Rusia como España han sufrido los horrores del terrorismo. Quizás por eso, cuando sucedía un atentado en Rusia o se registraba una tragedia en Madrid, millares de rusos se dirigían a la embajada de España, y millares de españoles a la de Rusia, para depositar flores o encender velas en recuerdo de las víctimas. Siendo así las cosas, la tarea que ha de cumplirse con la próxima visita oficial debería ser fácil: traducir el buen clima político en una ampliación de los vínculos comerciales, científicos, culturales y deportivos. Precisamente ahí radican un enorme potencial aún no aprovechado y unas buenas perspectivas. Rusia es un país que ha registrado crecimiento económico durante los últimos cinco años seguidos, en los que el PIB aumentó el 28 por ciento; que ha reducido sustancialmente su deuda externa; y en el que las ganancias que obtienen los capitales invertidos han sido un dos o tres por ciento más altas que las que, pese a su “boom” económico, se obtienen en China. A Rusia han llegado inversores grandes, famosos por su conservadurismo, así como empresas gigantes como, por ejemplo, Toyota y Daimler-Chrysler. De lo cual se deduce que no sería inútil reflexionar sobre lo que sigue: con la imagen negativa de la Rusia contemporánea que están intentando crear muchos medios informativos occidentales, se persigue un objetivo muy concreto, que es frenar la llegada de rivales al prometedor mercado ruso. En particular, se intenta apartar de éste a España. Desde luego, si analizamos el volumen de cooperación económica con Rusia de quienes la critican más y quienes menos, la escena resultante es bastante curiosa. En las relaciones económicas entre España y Rusia se observa un progreso estable. En 2005, las importaciones de artículos españoles a Rusia alcanzaron mil cien millones de dólares, mientras que el volumen global del comercio bilateral se situó en tres mil cuatrocientos millones de dólares; las inversiones españolas en la economía rusa rondaron 160 millones de dólares. La pregunta es: ¿son cifras adecuadas al potencial de ambos países? A mí me parece que no. Además, nuestra cooperación no es de “amplia gama”. Rusia exporta a España, fundamentalmente, petróleo y sus derivados (más del 70%) y artículos siderúrgicos (14%), mientras que de las exportaciones españolas a Rusia, el 30% corresponde a la industria de la alimentación, el 7,2% a artículos de cerámica y el 7% a muebles. Sí, es agradable estar sentado en un sillón español saboreando olivas españolas, pero eso no es todo, ni mucho menos, lo que España podría ofrecer. Y Rusia tampoco es sólo petróleo. Las partes han agotado ya, al parecer, las posibilidades económicas que estaban en la superficie. Ha llegado la hora de pensar en abordar proyectos más serios, por ejemplo, en materia de altas tecnologías. ¿Quieren un ejemplo? Helo aquí: Rusia siempre ha sido famosa no sólo por su petróleo y su gas, sino también por sus mentes lúcidas, muy demandadas, en particular en Estados Unidos y los principales países europeos. Una de las tareas actuales de Rusia consiste en detener la “fuga de cerebros” y lograr que para esos sabios sea interesante trabajar en la ciencia y la economía patrias. De hecho, ya se barajan planes para crear en Rusia “Silicon Valleys”, centros que se sitúen en la vanguardia del progreso científico. Si España se une oportunamente a su realización, las dos partes saldrían ganando. Y así se abriría una etapa de cooperación bilateral cualitativamente nueva.

 
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